Arte, literatura y algo más comparte
La cenicienta en verso
Arte, literatura y algo más comparte
La cenicienta en verso
|Roal Dahl
"¡Si
ya nos la sabemos de memoria!",
diréis.
Y, sin embargo, de esta historia
tenéis
una versión falsificada,
rosada,
tonta, cursi, azucarada,
que
alguien con la mollera un poco rancia
consideró
mejor para la infancia...
El lío
se organiza en el momento
en que
las Hermanastras de este cuento
se
marchan a Palacio y la pequeña
se queda
en la bodega a partir leña.
Allí,
entre los ratones llora y grita,
golpea
la pared, se desgañita:
"¡Quiero
salir de aquí! ¡Malditas brujas!
¡¡Os
arrancaré el moño por granujas!!".
Y así
hasta que por fin asoma el Hada
por el
encierro en el que está su ahijada.
"¿Qué
puedo hacer por ti, Ceny querida?
¿Por qué
gritas así? ¿Tan mala vida
te dan
esas lechuzas?". "¡Frita estoy
porque
ellas van al baile y yo no voy!".
La chica
patalea furibunda:
"¡Pues
yo también iré a esa fiesta inmunda!
¡Quiero
un traje de noche, un paje, un coche,
zapatos
de charol, sortija, broche,
pendientes
de coral, pantys de seda
y aromas
de París para que pueda
enamorar
al Príncipe en seguida
con mi
belleza fina y distinguida!".
Y dicho
y hecho, al punto Cenicienta,
en menos
tiempo del que aquí se cuenta,
se
personó en Palacio, en plena disco,
dejando
a sus rivales hechas cisco.
Con Ceny
bailó el Príncipe rocks miles
tomándola
en sus brazos varoniles
y ella
se le abrazó con tal vigor
que allí
perdió su Alteza su valor,
y
mientras la miró no fue posible
que le
dijera cosa inteligible.
Al dar
las doce Ceny pensó: "Nena,
como no
corras la hemos hecho buena",
y el
Príncipe gritó: "¡No me abandones!",
mientras
se le agarraba a los riñones,
y ella
tirando y él hecho un pelmazo
hasta
que el traje se hizo mil pedazos.
La pobre
se escapó medio en camisa,
pero
perdió un zapato con la prisa.
el
Príncipe, embobado, lo tomó
y ante la
Corte entera declaró:
"¡La
dueña del pie que entre en el zapato
será mi
dulce esposa, o yo me mato!".
Después,
como era un poco despistado,
dejó en
una bandeja el chanclo amado.
Una
Hermanastra dijo: "¡Ésta es la mía!",
y, en
vista de que nadie la veía,
pescó el
zapato, lo tiró al retrete
y lo
escamoteó en un periquete.
En su
lugar, disimuladamente,
dejó su
zapatilla maloliente.
En
cuanto salió el Sol, salió su Alteza
por la
ciudad con toda ligereza
en busca
de la dueña de la prenda.
De casa
en casa fue, de tienda en tienda,
e
hicieron cola muchas damiselas
sin
resultado. Aquella vil chinela,
incómoda,
pestífera y chotuna,
no le
sentaba bien a dama alguna.
Así
hasta que fue el turno de la casa
de
Cenicienta... "¡Pasa, Alteza, pasa!",
dijeron
las perversas Hermanastras
y, tras
guiñar un ojo a la Madrastra,
se puso
la de más cara de cerdo
su
propia zapatilla en el pie izquierdo.
El
Príncipe dio un grito, horrorizado,
pero
ella gritó más: "¡Ha entrado! ¡Ha entrado!
¡Seré tu
dulce esposa!". "¡Un cuerno frito!".
"¡Has
dado tu palabra. Principito,
precioso
mío!". "¿Sí? -rugió su Alteza.
--¡Ordeno
que le corten la cabeza!".
Se la
cortaron de un único tajo
y el
Príncipe se dijo: "Buen trabajo.
Así no
está tan fea". De inmediato
gritó la
otra Hermanastra: "¡Mi zapato!
¡Dejad
que me lo pruebe!". "¡Prueba esto!",
bramó su
Alteza Real con muy mal gesto
y,
echando mano de su real espada,
la
descocó de una estocada;
cayó la
cabezota en la moqueta,
dio un
par de botes y se quedó
quieta...
En la
cocina Cenicienta estaba
quitándoles
las vainas a unas habas
cuando
escuchó los botes, -pam, pam, pam-
del coco
de su hermana en el zaguán,
así que
se asomó desde la puerta
y
preguntó: "¿Tan pronto y ya despierta?".
El
Príncipe dio un salto: "¡Otro melón!",
y a Ceny
le dio un vuelco el corazón.
"¡Caray!
-pensó-. ¡Qué bárbara es su alteza!
con ese
yo me juego la cabeza...
¡Pero si
está completamente loco!".
Y cuando
gritó el Príncipe: "¡Ese coco!
¡Cortádselo
ahora mismo!", en la cocina
brilló
la vara del Hada Madrina.
"¡Pídeme
lo que quieras, Cenicienta,
que tus
deseos corren de mi cuenta!".
"¡Hada
Madrina, -suplicó la ahijada-,
no
quiero ya ni príncipes ni nada
que
pueda parecérseles! Ya he sido
Princesa
por un día. Ahora te pido
quizá
algo más difícil e infrecuente:
un
compañero honrado y buena gente.
¿Podrás
encontrar uno para mí,
Madrina
amada? Yo lo quiero así...".
Y en
menos tiempo del que aquí se cuenta
se
descubrió de pronto Cenicienta
a salvo
de su Príncipe y casada
con un
señor que hacía mermelada.
Y, como
fueron ambos muy felices,
nos
dieron con el tarro en las narices.
1 comentarios:
Excelente final al salirse de lo comercial y bien puede ser el real.
Escuché una posible continuidad ó 2da.parte, después del " ... y vivieron felices por siempre'.
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