BIRDMAN O LA INESPERADA VIRTUD DE LA IGNORANCIA
|Everardo Ramírez
Marzo 2 de 2015
Marzo 2 de 2015
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Birdman o la inesperada virtud de
la ignorancia.
Pretexto para retornar a Raymond
Carver.
La película Birdman de Alejandro
González Iñárritu es una audaz y nada mesurada declaración de fe artística
contra el divertimento inocente que apela a las estridencias de efectos
especiales o a la chabacanería edulcorada, donde una intriga que parece
desafiar la inteligencia de los cinéfilos se convierte en una crónica amorosa
en la que nunca faltan las frases destinadas a ablandar las duras fibras del
alma endurecidas por las malas noticias de la vida cotidiana.
La película ha generado varios
debates. La mayoría de ellos han durado más que una cucaracha dentro de un
gallinero. Un debate, el más interesante, tiene que ver con la opinión de los
cinéfilos, críticos y expertos que no han dudado navegar en dos líneas
paralelas y para leerlas que no suelen coincidir. Las dos líneas desconfiadas
caminan una al lado de la otra, pero ninguna es capaz de ceder terreno. La
primera reconoce con cierta timidez el triunfo de Iñárritu en la tierra de
WllsOrwell, Liz Taylor, Jhon Ford y Al Pacino. Asombrados reconocen que el
talento no tiene nacionalidad en la medida que las fronteras son para
derrumbarse y casi siempre están dentro de nosotros.
La segunda línea es muy crítica
no se conforman con el triunfo de Iñarritu. Exponen argumentos que van desde la
descalificación hasta las teorías conspirativas. Desde esta visión resulta muy
sospechoso que Birdman haya ganado Cuatro Óscares: mejor guión original, mejor
director, mejor fotografía y mejor película.
Los de la primera línea
aplaudimos asombrados el triunfo de alguien que ha hecho del éxito y la fama
una forma de vida y un alfabeto multilingüe, sin el resentimiento, el ninguneo
y la pequeñez de espíritu que tanto preocuparon a Samuel Ramos y a Octavio Paz.
El talento y la originalidad de Iñarritu no son una novedad sino una
confirmación. El continente de Hollywood ya estaba en el mapa de un joven
cineasta mexicano que no creía en los mitos miserables de la falsa modestia. La
llegada no fue relampagueante, sino de manera lenta sin sacrificar el lenguaje
estético, soportado sobre una innovadora propuesta donde nunca han faltado los
personajes disonantes, las situaciones vertiginosas, la hipertextualidad y
sobre todo una magistral fotografía que mostró siempre una fiera resistencia
contra la repetición y el cansancio.
González Iñárritu ha triunfado y
es un mexicano. Tiene nacionalidad y no la niega, incluso la asume con orgullo.
Con tales credenciales ya puede ser políticamente incorrecto y lo es sin
sentirse atrapado por la duda. No le interesa formar parte de la sensiblera
invitación a formar parte de una narrativa de la vindicación ahora que ya ganó
las alturas.
Birdman es una gran película pese
a los gritos desaforados de Donald Trump o a las críticas amargas de aquellos que
no toleran el triunfo ajeno.
Es una gran película por varias
razones:
Primera. La caída del hombre se
revela en su más alta expresión. Rigga Thomson (Michael Keaton) es un personaje
trágico no porque alguna vez haya sido Birdman, sino porque perdida la fama
sólo encuentra la autoflagelación en una voz que fluye en su conciencia como un
río ácido. Es la voz que no perdona la pérdida del reino, de la fama, de los
aplausos y de la nostalgia de haber sido joven alguna vez en la vida. El hombre
no quiere separarse del actor, incluso Rigga es una actor en todo momento
dentro de una escenario que no conoce límites, aprendió que la vida suele
divertirse con las vanas aspiraciones del superhombre y él cree serlo aunque el
desastre toque su puerta, aunque el ridículo lo persiga como un indeseado
talismán. Rigga se va desintegrando mientras piensa recuperar su perdida fama a
través de la puesta en escena de una obra basada en el cuento What we talk
about when we talk about love (De qué hablamos cuando hablamos de amor) de
Raymond Carver.
Segunda. Es cierto que la
película debe también su triunfo a la extraordinaria ejecución de un trabajo
fotográfico impecable. Es el lenguaje visual preciso y necesario que la
película exige. Emmanuel Lubezki no repara en los recursos para acompañar una
narrativa del descenso gradual a los infiernos de una mente atormentada.
Visualmente la película es vertiginosa, porque las caídas internas lo son a
pesar de que una historia existencialmente densa ocurre en el escenario, donde
un par de parejas discurre sobre el amor de la manera más superficial, mientras
dentro de sus conciencias ocurren las verdaderas historias, las que matan, las
que destruyen, las que aniquilan.
Lubezki es capaz de sintetizar un
complejo tejido de significados con muy pocos elementos. Es una fotografía
minimalista donde la ciudad difumina al sujeto y los objetos-desde el
cigarrillo hasta la pistola de utilería- son un pretexto para no romper la fina
cuerda que sostiene la vida cotidiana. Si la vida real está rota cuando menos
hay que vivir dentro de un artificio -en este caso la obra de Carver- para
crear la ilusión de estar vivos en medio del desastre. Hay escenas memorables
que el mago Lubezki utiliza para revelar la imaginería de un hombre
irremediablemente perdido en los laberintos de su conciencia: el pájaro
irritado graznando terriblemente sobre los edificios mientras las explosiones
violentan la certidumbre del día; Rigga enfundado en su gabardina, como un
personaje de novela noir a lo Raymond Chandler, perseguido por su alter ego que
no se cansa de ser Birdman, porque detesta al hombre común, que ya es, con
todas las miserias que anuncian la vejez. Pero Birdman o Rigga Thomson no
llegarán a viejos, porque la piedad, la amargura, la sabiduría y las arrugas no
van bien con la épica del héroe trágico. La caminata de Riga Thomson desnudo
por Times Square es el espectáculo mayor de un hombre que ha perdido las referencias
normativas con la vida, su disfuncionalidad psíquica es recibida por una
multitud indiferente convencida que en Babel hay razones más que suficientes
para ser un millonario criminal a lo Patrick Bateman o un loco que nunca ha
perdido la voz antigua de su plumífero personaje. Lubezki se regodea con un
final abierto y ambiguo. El personaje atormentado que puede ser Rigga Thomson o
Birdman opta por desaparecer. La dulce sonrisa de la hija de Thomson es muy
elocuente: está feliz cuando abre la ventana porque piensa varias cosas no
reveladas, pero sí sugeridas. ¿Quién ganó finalmente la batalla? Birdman o
Rigga Thomson o Michael Keaton. El suicidio aparece como un escape digno.
Tercera. La película tiene la
extraña virtud de traernos a cuenta a Raymond Carver, al mejor cuentista que ha
dado Norteamérica en los últimos treinta años. El escritor que descubrió las
hondas y oscuras resonancias del alma americana desorientada en un mundo
objetual que ha desplazado la inocencia y el pensamiento mágico del hombre. La
racionalidad técnica ha enajenado la vida sustantiva de los hombres. Pero a
Carver no le interesa moralizar, ni sostener un debate sobre la visión
filosófica del hombre ultramoderno. Le bastan tres pinceladas para trazar la
silenciosa tragedia de personajes cotidianos atrapados en su tediosa rutina
donde las palabras son lastre y sólo interesa el instante no en su
trascendencia, sino en su irreversible preanuncio de la caída. La esperanza es
una palabra sin sentido. Por ello es imposible ser feliz cuando hasta en el
mismo chispazo del instante ya se está en el centro de la tragedia y la
tragedia es no ser inmortal.
El cuento De qué hablamos cuando hablamos de amor tiene su propio registro
literario que apenas asoma su cabeza en la película de iñárritu. Hay dos
versiones del mismo. La versión original está dentro del volumen Principiantes
nombre original del cuento que sirvió para hacer el guión de Birdman. La
segunda versión que aparece en el volumen de cuentos De qué hablamos cuando
hablamos de amor; esta es una versión intervenida por el famoso editor de
Carver, Gordon Lish, quien le suprimió varios párrafos por considerar que
hacían lenta la trama de la historia. Razones no le faltaron. Este fue un
perfecto trabajo de edición que alentó la fama de Carver.
Raymond Carver es a su manera
Rigga Thomson, pues Carver siempre quiso secretamente ser Anton Chejov. Tal vez
sin saberlo se acercó mucho a él, esto lo supo Jhon Gardner, su gran maestro de
escritura creativa, quien lo vio por vez primera en Chico State College en
California.
Puede no gustarnos la película
por razones personales que se puedan esgrimir. Pero no podemos por ello
minimizar el talento de un hombre que ha conquistado el reino donde muy pocos
mortales son llamados. Esto es por supuesto una defensa de Iñárritu que no la
necesita para nada.
Yo espero lo mismo de Carlos
Reygadas y Amat Escalante. Pueden o no llegar a Hollywood, pero la calidad de
su trabajo siempre es una apuesta por la perfección creativa y esto es lo que
distingue a un artista, independientemente de la fama que suele ser elusiva
como el gato de Cheshire.
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Everardo Ramírez Puentes
Durango, México.
Es narrador, ensayista, poeta y promotor de lectura.
Autor del poemario Poemas para no sentirse derrotado (ICED, 2003), del libro de cuentos Las Moscas llegan en el verano (ICED, 2012) y de varios ensayos, publicados en suplementos culturales y revistas especializadas.
Es conductor del programa "Literario” de TV UJED de la Universidad Juárez del Estado de Durango.