Reproducimos el
texto de Heriberto Yépez, como respuesta al texto “Ulises
Carrión: ‘All work and no play makes Jack a dull boy’”
(Letras
Libres, núm.
210, junio de 2016) de Christopher
Domínguez Michael
CARTA A UN
CRÍTICO DE DERECHA LITERARIA
|Heriberto Yépez
Junio/2016
La literatura
mexicana entró ya en proceso de disolución; la alianza entre críticos
ortodoxos, escritores mediocres y funcionarios corruptos la desintegró. La
crítica fue decisiva de esta decadencia editorial. La mafia literaria mexicana
es sustentada por criterios estéticos contrainsurgentes (hoy neoconservadores):
una crítica literaria tomada por la derecha cultural. Esa crítica de derecha
reseña y repudia; borra y antologa. Esa crítica de derecha es la autora intelectual
del desplome de la literatura mexicana.
Durante algunas
décadas, el genio mundial de Rulfo, el prestigio de Paz, Fuentes, Monsiváis,
decenas de obras y figuras sobresalientes mantuvieron a flote a la literatura
mexicana, aunque (colectivamente) nunca alcanzó el nivel de la peruana, la
argentina, la chilena, la brasileña, la norteamericana o la cubana en nuestro
continente americano (que hizo la mejor literatura de segunda mitad del siglo
XX). Pero en el siglo XXI, la mediocridad monopolizó la literatura en México y
tú, Christopher Domínguez Michael, eres quizá el principal crítico literario
cómplice de esta entropía tragicómica, su apologeta lateral.
Comenzaré con una
incómoda pregunta. Cuando un lector mexicano busca el libro de crítica que le
introduzca al conflictivo núcleo de esta literatura nacional, ¿qué libro
debiera llegar pronto a sus manos? La
ciudad letrada de Ángel Rama. Pero tus libros, inferiores a los de
Rama, usurpan este sitio. El hecho de que Rama sea un crítico prácticamente
desconocido para las últimas generaciones debiera ser razón suficiente para
clausurar este medio intelectual… que existe gracias a que ignora, desdeña o
hace permanente guerra sucia a la crítica.
Comentaristas
reaccionarios como Guillermo Sheridan o Fernando García Ramírez, por no nombrar
la retahila de jóvenes colaboradores retrógradas que clonan (como pueden) tu
estilo y el de estos dos señores, componen el deleznable ambiente de derecha
literaria que es Letras
Libres que, por otra parte, nunca ha sido otra cosa que una derecha
(estilizada) que no puede decir su nombre.
Esta derecha
vergonzante posee una larga historia: es la Pazificación de la crítica y es la
lírica de la rendición cultural post-revolucionaria. Tú, Domínguez, eres uno de
los cachorros del Paz Institucional, quien decidió petrificarse como escritor
al volverse un monumento en los años ochenta y noventa neoliberales. Esta
estatua, probablemente, será derrumbada por antipaceanos. Pero a Paz, antes, lo
decapitaron ustedes, los paceanos. La prosa de los paceanos es Paz menos la
poesía furtiva; prosa hecha solo de fe en las trampas de Paz: imágenes del otro
vía vituperio y vacuidad. Renglones de bonita y hueca música.
Ahora quiero
dirigirme a ti, Domínguez. Leo tu largo ensayo “Ulises Carrión: ‘All work and no play makes Jack a dull boy’”
(Letras Libres,
núm. 210, junio de 2016), donde consignas tu desazón por los cambios recientes
en el “canon”. Temes que escritores como Mario Santiago Papasquiaro o Ulises
Carrión agiten el archivo de la literatura en México. Te escandalizas que estos
cambios ocurrieron a contracorriente de los estamentos y represas que tanto
cuidas, y te espanta que la refiguración acaeció de noche, sin que nadie haya
solicitado tu venia o la de tu patrón.
Comentaré tu texto
para mostrar tus hábitos de falacia y facilidad. Dices “La forma en que uno y
otro se han impuesto en el gusto de la élite letrada me llama la atención”.
Tomas el giro “élite letrada” para neutralizarlo, a sabiendas de que la
política cultural de la derecha consiste en apropiarse de las causas de la
crítica y buscar desactivarlas. Además, a Carrión o Papasquiaro lo han
procurado, sobre todo, jóvenes, que encuentran en ambos autores un eco a sus
curiosidades técnicas y descontentos urbanos. Tu crítica, Domínguez, falsea.
Eres tú el vocero de la élite letrada (escandalizada).
Los constantes
falseamientos de tu crítica son generalmente encubiertos por el despliegue de
fraseologías de “buen gusto”, prejuiciosas y reductoras, donde verbos,
adjetivos, motes, son repartidos con táctica malevolencia y exquisita inopia.
Promueves una lectura mediocre en que recetas risas ortodoxas donde tu poca
capacidad de lectura subversiva es la coartada irónica para que otros se
vanaglorien de leer aún menos. Donde debieras analizar pasajes o entender
formas, colocas fraseologías basadas en la estrechez de tu gusto.
Otro error
vertebral que cometes es tomar tus preferencias personales como vara para
asignar valor metafísico al mundo. Dices, por ejemplo: “Sin la fama que Bolaño
le transmitió, [Papasquiaro] no habrá dejado de ser lo que fue y es: un poeta
mediocre…”. Aquí debieras decir: “a mí, Christopher Domínguez, crítico de Letras Libres, no
me gusta la poesía de Papasquiaro”. Pero escribes, en cambio, un juicio
universal sin prueba alguna. Mientras no argumentes tus juicios, Domínguez, no
entrarás a la crítica.
Las opiniones y
predilecciones tajantes de Baudelaire y Borges no valen primordialmente por su
índole asertiva o su valor de verdad, sino porque nos permiten conocer la persona literaria
de estos grandes escritores. Incluso sus caprichos, errores, hipérboles son
parte de su arte poética, de su construcción de un alter ego, su drama ingente,
que adereza o complementa la brillantez de su obra. Tus opiniones y
predilecciones, Domínguez, por no tratarte de un escritor sobresaliente, en
cambio, se reducen a ser las opiniones y predilecciones de un crítico literario
prepotente, autoritario, que parece no darse cuenta que no es Baudelaire o
Borges.
Junto a estos
errores epistemológicos, también sistemáticamente, incurres en referencias que,
en realidad desconoces, por ejemplo después de ningunear a Papasquiaro hablas
de Ginsberg (haciendo criptomnesia de un ensayo más bien acartonado de Paz,
¿ahora lo recuerdas?), pero, ¿cómo puedes condenar a Papasquiaro y a una
abstracta legión de supuestos acólitos si, en verdad, desconoces
substancialmente a Ginsberg? Es notorio que constantemente nombras, enumeras y
lanzas sentencias ampulosas sobre autores que ambos sabemos que no conoces en
ningún sentido profesional o significativo.
Lo mismo ocurre
cuando ya creyendo despachar a Carrión haces una lista de poetas y artistas
experimentales de quienes no tienes el menor conocimiento serio y, sin embargo,
tu obra entera depende de este tipo de name
dropping, antroponimia y bibliografías engañosas que buscan
impresionar incautos. Cuenta el número de autores que nombras en tu ensayo; esa
gran cantidad esconde tu pequeño entendimiento de todos y cada uno de ellos.
Dices que Carrión
se perdió en la posvanguardia. Pero debieras aceptar que quien se perdió la
posvanguardia por completo fuiste tú, Domínguez. Creo que debes abandonar hacer
listas de lecturas que no has hecho y dejar de llenar párrafos con referencias
de alta cultura inmediata en que pasas de Wittgenstein a Arrigo Lora Totino en
cuestión de segundos, sin entrar a fondo en nada, como ocurre en tu largo
ensayo sobre Carrión ¡en que no analizas, no lees, nada de Carrión! Citas para
no encontrar; comentas para no pensar; aludes para eludir: ¡escribes para no
leer!
Además, de entrada,
resulta curioso que (ahora…) elogies a Bolaño, tomando en cuenta que durante
décadas fuiste parte del palco que fingía que Bolaño no existía. El hecho de
que escritores como Bolaño o Carrión hayan escapado a tu radar durante medio
siglo más bien debería obligarte a una sísmica autocrítica, si no es que a una
decorosa jubilación.
La inexistencia de
autores como Bolaño o Carrión en el mapa de la crítica literaria mexicana
exhibe su ineptitud. Si la crítica literaria oficial no pudo identificar, dar
seguimiento, editar, releer, anotar a autores como Carrión y Bolaño, ¿cómo
tomarla en serio? Te podría dar decenas de ejemplos de obras y autorías
sobresalientes que han escapado de tu mirada. Ha llegado la hora de la
autocrítica, estimado paceano.
Y si autores como
Bolaño o Carrión no existieron en tus lecturas, ¿qué podemos esperar de tu
sensibilidad hacia otros libros y autorías aún más ocultas, marginales,
neomórficas o heterodoxas? Como crítico, Domínguez, eres parte del fracaso
reaccionario de la República paceano-krauceana de las Letras. Tu texto para
intentar menguar la obra de Ulises Carrión es la mejor prueba de tu fracaso
como crítico del siglo XX y XXI; es una especie de acta de defunción de la
crítica oficial que simbolizas en México.
Otro error
desastroso que repites es reducir ideas, procesos u obras, absurdizarlas,
confundir lo rudimentario de tu lectura con la intención del autor o la
estructura total de un libro. Este error resalta en tu pobrísima lectura de Poesías de
Carrión. En tales párrafos te vuelves un crítico filisteo, que promueve la
tontería y la irreflexión. Paradoja: tú, que pretendes la crítica más culta
provocas los efectos más filisteos.
Fingiendo que esa
obra no es conceptual, le pides otra cosa. Este es un error que cometes todo el
tiempo: juzgar una
obra por lo que ella no busca. Como si al Quijote
pidiéramos brevedad o a Sade, sobriedad. Pareciera que no comprendieras que la
crítica es la lectura propicia para lo inesperado; como si no supieras que el
crítico es el lector diestro en nuevos aprendizajes y sutilezas, y no aquel que
exige a una obra las cualidades que esa obra nunca anheló.
No has sabido leer
a Carrión en su propio juego. Al no reconocerlo o ser incapaz de disfrutarlo,
entonces, lo condenas y caricaturizas alegando que no cumple las reglas del
único juego literario que tú pareces conocer. Adoleces de expectativas de
mismidad.
La crítica es la
capacidad de disfrutar más de un juego de reglas y desorganizaciones; saber
percibirlas ahí incluso donde el autor las ha inventado inconscientemente o en
repetición (por azar) suscitando diferencia. Sin este disfrute de varios
ludismos, no hay comprensión de la forma estética, no hay, en definitiva,
crítica.
Entiendo que tus
gustos son muy limitados, y te limitan, pero, entonces, entiende tú esta
limitación como un problema. Deja de presumir tan poco perímetro. Desafía tus
gustos. Atrévete a perderlos. Entrarás así a la crítica de nuestro tiempo.
Extraviar previas preferencias, multiplicarlas, es justo el resultado de una
cuantiosa y profunda relación con diversas artes y literaturas.
No escribas, por lo
tanto, de recientes estéticas con las anticipadas decepciones de un crítico
proveniente de un siglo pasado (que jamás existió). El final de tu texto es la
consecuencia de tantos sofismas y autocomplacencias:
“De haber
sobrevivido, a Ulises Carrión lo imagino envejeciendo en Other Books and So, en
Ámsterdam, ejerciendo el coleccionismo… como el dueño de una tienda de
antigüedades, cuyo tesoro sería uno de los sueños fallidos de su siglo: el
único ejemplar de un tratado cuyas instrucciones permitirían que el mundo fuese
un alegre e iridiscente libro ilustrado sobre el cual todos saltáramos tomados
de la mano”
Este final es
lamentable por varios motivos. Por principio, porque en lugar de leer la obra
de Carrión te pones a fantasear con un Carrión que nunca existió. Además, como
no has terminado de leer a Carrión verdaderamente, olvidaste (o nunca te
enteraste) que Carrión cerró Other Books and So; por lo tanto, tu fantasía ni
siquiera podría haber ocurrido. Other Books and So —para tu información—
terminó convertido en un video-manifiesto y en una dispersión mundial de sus
materiales.
Es una pena tener
que comentar todo esto, Domínguez, pero arrojas tantos absurdos que creo
necesario mostrar que en una página presumes la inutilidad de los test de
Rorschach y en otra tienes fantasías de involuntario diván. Es obvio que el
Carrión senil que imaginas hundido en una tienda de antigüedades nada tiene que
ver con Carrión y mucho con tus antiguallas retóricas, por las cuales, incluso,
lees tan defectuosamente a Carrión que has podido creerlo un hippie ultra kitsch
que quisiera tomarte la mano y saltar contigo. ¿Acaso no leíste que Carrión era
escéptico de las redes en las que participaba? Si no pudiste leer ni siquiera
eso, ¿qué sí has podido leer?
“No veo a un
artesano como Carrión haciendo lo suyo en internet”, escribes, en otra de esas
frases que muestran tus escotomas; porque una cosa es que tú no veas la
evidente relación del arte correo y las redes electrónicas hoy, y otra que esa
relación sí sea perceptible para miles de personas con mejor visión y audición.
Has leído tan mal a Carrión que llegas a la conclusión de que el “Gran
Monstruo” es la red “y no el establishment
artístico cuestionado por Carrión” sin darte cuenta que para Carrión el Gran
Monstruo era tanto la red como el establishment.
Tu texto padece
una flojera descomunal. Por supuesto, no careces de capacidad intelectual.
La tontería de tu texto ocurre porque confías en la tontería de todos tus
lectores, y crees que con saturar tu texto de nombres y descalificaciones nadie
notará que has leído poco y mal los libros que censas o reseñas.
También respondo
con amplitud a tu texto porque conozco que tus publicaciones tienen todavía
poder político y callar es concederte más. Eres el crítico central de Letras Libres, la
revista de Enrique Krauze que heredó la institucionalidad de Vuelta y que
utiliza su red para manipular el destino de la literatura mexicana residual y
reciente. Eres el crítico literario de un grupo cultural corrupto. Haberte
construido y mantenerte en esa posición es otro de tus fallos: un crítico
comprometido con la literatura nunca transige con los enemigos del valor de la
literatura. Letras
Libres, tu grupo, ha manipulado el canon literario mexicano de modo
análogo a cómo el PRI ha manipulado las votaciones. Eres parte del fraude.
Tu estilo tiene la
forma de esa política de alta cultura fraudulenta. Despliegas (y simulas)
erudición, sentencias con grandilocuencia (y paráfrasis), reseñas con tanta
ligereza como presunción, estilizas (convencionalmente) como forma de clasismo,
ironizas para defender vetustas jerarquías (absurdizar es tu forma de no-leer)
en un licuado prosístico que erige un tono de autoridad cultérrima
autosuficiente, highbrow
hispánico,
que esconde su bufonería palaciega mediante la fachada de un supuesto
conocimiento aristocrático. Tu prosa es el desprecio del alto priismo cultural.
Tu uso del lenguaje literario es equivalente al uso del lenguaje de los
políticos mexicanos de alto rango: un lenguaje que enmascara la ilegitimidad de
tu puesto como autoridad.
Tu crítica es el
ejercicio de una aristocrática arbitrariedad. Esta aristocrática arbitrariedad
cumple en la literatura nacional el mismo rol que la prepotencia de
funcionarios gubernamentales. El gobierno golpea y desprestigia a los
profesores de primaria y secundaria que se rebelan contra las reformas
neoliberales; tú, crítico de derecha literaria, golpeas y desacreditas a los
lectores universitarios. Tu higiénica prosa corresponde puntualmente a la
política represiva del Estado. Tú eres el estilo literario de la dictadura
mexicana.
Como crítico, tú
maltratas todo aquello que consideras como parte de las clases bajas de la
literatura. Ese maltrato lo ejerces a través de epítetos, sornas, ninguneos,
taxonomías que crees inamovibles. Al emplear un altivo desprecio, promueves la
formación de lectores dogmáticos, cerrados, cretinos, filisteos e idiotas.
Recoge la propia revista donde tanto publicas, léela periódicamente: esa nómina
de tiesas y formulaicas escrituras son tus discípulos, tus pagados epígonos,
son ellos quienes te continuarán y reemplazarán. Ese será tu principal legado.
Hacer crítica
radical es un acto etopoético: al experimentar una obra intensamente, el
crítico expande su conciencia, agita su propio ser; sus gustos anteriores dejan
de existir y crece su zona perceptual, afectiva, teórica. El crítico es aquel
sujeto capaz de entender nuevas formas literarias; aquel que lee sin coraza.
Aquel que reporta con destreza la renovación del acto de lectura profunda.
Cuando un crítico
ya no es capaz de refigurarse se convierte en un mero juez. Probablemente no lo
notará porque muchos lectores aplaudirán su fijeza, ya que un crítico es
siempre una amenaza a la hegemonía y un juez, en cambio, su sueño tranquilo. El
crítico nos desafía hacia lo desconocido; el juez cultural, legitima nuestro
confort.
El joven Rafael
Lemus deseaba convertirse en el siguiente Christopher Domínguez. Una década
después, Lemus inteligentemente cambió de ruta y, como por dislate del karma,
Chistopher Domínguez decidió convertirse en el joven Rafael Lemus. Te invito,
Domínguez, a retomar tu educación como crítico; a renunciar a ser, una y otra
vez, Christopher Domínguez Michael, infinitamente reincidiendo en las mismas
expectativas ante divergentes literaturas.
Te invito, en suma,
a olvidarte de ti. La literatura mexicana colapsará en cualquiera momento. Es
el mérito de un escritor verdadero escapar de las literaturas
nacional-oficiales y globo-mercantiles soltando la mano conforme y tiesa de la
satisfecha tecnocracia, los contratistas culturales, la tradición endurecida y
el régimen dictatorial. Escribir es la fuga vulnerable. Escribir es devenir
disidente alteridad. Escribir es transformarte, transformarte en el otro, el
justo punto en que comienza la crítica. Reinicia.
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