M U X E S
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Arte, literatura y algo más reproduce el texto
íntegro publicado en la Jornada el 6 de junio de 2016 en torno a los
muxes.
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Muxes: entre la tradición y el cambio
Muxe de Salina Cruz |
y las definiciones de homosexualidad y
transexualidad que encuentran en la gran urbe. Han hallado en la ciudad su
autonomía, su libertad, pero también un riesgo latente: el VIH/sida.
|Leonardo
Bastida Aguilar
Desde hace 20 años el concepto de muxe se ha
modificado. Lejanos parecen los días en los que un par de zapatos y un ligero
toque de maquillaje en el rostro diferenciaban a los hombres y las mujeres de
los muxes. La migración, el contacto con otros estilos de vida, la influencia
de los medios de comunicación y la construcción de un estereotipo agradable a
los foráneos, provocaron una redefinición de este grupo social, que
orgullosamente muestra sus raíces indígenas, pero también busca incorporarse a
la globalidad. Algunos de ellos, distanciados de su tierra natal por casi mil
kilómetros, tratan de conservar sus tradiciones, se enfrentan a nuevas
situaciones como el VIH y redefinen esta identidad sui generis.
"Me vine porque quería ayudar a mi mamá y
que dejáramos de pasar hambre", relata Pati mientras combina las conversaciones
en zapoteco y español, escucha a todo volumen canciones rancheras, prepara
camarones, frijoles y enfría unas cervezas.
Es una tarde de domingo en el bullicioso Centro
Histórico de la ciudad de México. En medio de puestos ambulantes, se abre un
rincón de Juchitán, Oaxaca; es el departamento de esta muxe de 40 años que cada
fin de semana vende comida del Istmo de Tehuantepec. Todos los ingredientes son
enviados por sus familiares, sobre todo su tío, un muxe biinigulasa (gente
anciana) que la ha apoyado desde antes de migrar a la ciudad.
Luego de servir un pollo frito con col y
tlayudas, retoma la conversación y recuerda que llegó a la capital mexicana
para trabajar como ama de llaves en una casa; tenía 17 años. En su pueblo natal
se le definía como muxe, es decir, un varón homosexual. Ella asegura que
siempre le gustaron los trabajos de mujer y por eso disfrutaba ayudando a su
mamá.
Si bien a su padre no le agradaba la idea e
intentaba asustarla llevándola al campo de madrugada, su madre siempre la
defendió. Sus hermanos cuestionaban a su madre por qué le dejaba utilizar falda
si era hombre. "Ella siempre les decía que me dejaran en paz", narra
mientras escucha de fondo la canción Amor Eterno, de Juan Gabriel, y las
lágrimas comienzan a brotar.
Incluso su madre cuestionó a su padre y le dijo
que tanto en la familia de él como en la de ella había muxes, por lo que había
que aceptar a Pati como era y dejarla utilizar ropa de mujer.
Cuando llegó a la Ciudad de México utilizaba
faldas largas para que su "patrona" no se diera cuenta de nada. Esto
se facilitó porque la dejaban sola con una lista de las tareas que debía hacer.
Posteriormente se fue a trabajar de cocinera, oficio que le gusto más y al que
se dedica hasta hoy en día.
De origen campesino, ex trabajadora de una
cantina, Pati comenta, con una voz que se entrecorta por segundos, que en la
ciudad ganaba en una semana lo percibido en su pueblo durante un mes.
Cambio de hábitos
Una noticia le cambió la vida. Tenía VIH. En
1999 se enteró que era portadora del virus tras estar enferma por un tiempo
considerable. Primero le detectaron tuberculosis. Al sentirse mal regreso a
Juchitán y su madre la cuidó. Le contó a sus familiares y fue acogida por
ellos. Uno de sus miedos era que le dieran la espalda, pues "la gente de
allá te discrimina porque no sabe nada de la enfermedad. Luego dicen no debes
comer donde ellos (lo hacen) porque los contagias".
Si bien no responde de manera clara la pregunta
de cómo se infectó con el virus, explica que por 16 años se dedicó al trabajo
sexual. Recuerda que la amiga que la invitó a venir a la ciudad le dijo que
podía cobrar si se acostaba con hombres y sacar un dinero extra. Su trabajo en
la cocina le permitía salira las tres o cuatro de la tarde. Así lo hizo por más
de una década. Empezó en las calles de la zona conurbada de la capital
mexicana. Después en la estación del Metro Hidalgo, en el monumento a la
Revolución y la calle de Tacuba, de donde se retiró hace dos años.
"Cobraba 80 pesos, veinte para el hotel y 60 para mí". Una vez más
pausa su voz. "Todo se lo enviaba a mi madre", musita y aclara, aún
con los ojos vidriosos, que todavía apoya a sus hermanos y otros familiares. Su
madre murió hace seis años.
Su regreso a casa en el año 2001 la fortaleció.
Pasó cuatro meses con sus padres. Allí la comenzaron a atender, le hicieron más
análisis y le dieron su primer tratamiento contra el VIH. Después le dieron un
pase de atención al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias y regresó
a la ciudad muy repuesta. Para ella, lo más importante es que pudo salir
adelante con el apoyo de su familia y volvió a trabajar.
Incluso su mayor preocupación, su hijo, de 23
años, aceptó la situación. Si bien reconoce que lo acepta, a veces le dice
"tío" o a veces "papá". No ahonda más en el tema. Lo que sí
comenta es que cuando le comunicó que había dejado la calle, su hijo se puso
muy contento.
Aún se siente capaz de seguir en el trabajo
sexual, pero reconoce que es muy difícil porque "te arriesgas y te
discriminan" y el dinero no se gana tan fácil. Por esa razón les deja las
calles a otras muxes más jóvenes, quienes al igual que hizo ella, buscan
ingresos extra. Prefiere aconsejarlas y darles apoyo, lo cual le ha valido el
mote de "La tía Pati".
Libertad
Harta de ser la niña de la casa, Miriam vino a
la ciudad de México para asistir a una fiesta de graduación y se quedó. Dice
que ninguno de sus cinco hermanos la dejaba salir. Su mamá le decía que, si
fuera mujer, el riesgo no pasaba de que saliera embarazada; como hombre, no
pasaba de una pelea. Sin embargo, recuerda, le decían que como muxe no falta
quien no los soporte y les haga daño.
A su vez, recuerda que a los 6 o 7 años a su
papá le molestaba que no fuera un niño "normal". "Era un poco
complicado para él", menciona y señala que habló con una tía sobre la
situación. "Entonces ella fue con mi papá y le dijo que lo que yo traía ya
no tenía solución. Le dijo que si no me quería, ella me llevaba a su casa. Mi
papá no aceptó y prefirió nunca más decir nada". Al paso del tiempo
comenzó a usar falda y todos la aceptaron. Durante su adolescencia, sus amigas
eran mujeres y estudió cultura de belleza.
Para Miriam, llegar a la ciudad de México le
permitió sentir libertad. Tras 17 años vive a gusto con Pati. Se ha involucrado
en ambientes como el trans y se comenzó a hormonizar. Su familia se ha
acostumbrado, cuando va a su casa no le dicen nada sobre sus cambios.
Cada momento que es posible rememora Oaxaca. Si
bien ella es de Santa Rosa de Lima, comparte muchas cosas con muxes de otros
lugares. Fuera de su trabajo prefiere hablar en zapoteco con sus paisanas.
Actualmente trabaja en una estética en el centro
aunque al igual que muchas muxes, ejerce el trabajo sexual por las noches o
cuando le llaman por teléfono. Incluso mientras hablamos recibe la llamada de
"Ramón", un hombre que desea ser pasivo durante la relación.
No tiene una definición del concepto de muxe,
pero está orgullosa de ser de Oaxaca. Regresa a su pueblo una vez al mes y
viste los trajes típicos de la región. Es feliz porque todos la han tratado
bien.
¿Qué es ser muxe?
"Ser muxe es una manera de ser, como el ser
mujer, como el ser hombre, nada más que tiene otro comportamiento muy distinto
al del gay. Es más apegado a la mujer, a las costumbres, a su manera de
comportarse. En el caso de los gays, andan unos con otros. En el caso de los
muxes, ellos no son pareja de otros. Nunca tienen una pareja muxe, ellos andan
con hombres. Lo que sí es que a algunos desde que nacen se les nota",
indica Mandis, cronista de Juchitán y fundador de Las Auténticas Intrépidas
Buscadoras del Peligro, una organización con trabajo de prevención de VIH en el
Istmo.
En entrevista con Letra S explica que los muxe
están totalmente adaptados a su familia. Viven en casa con sus padres y
hermanos, ayudan a actividades del hogar, participan económicamente, tienen
compadres, comadres y ahijados.
Sobre su aceptación social, explica que en
Juchitán hay un matriarcado sólo aparente, porque la mujer también es
maltratada y agredida al igual que en otras partes, aunque es la administradora
del hogar. "Eso sucede con los muxes, la que los acepta de lleno es la
mamá. El papá, por su hombría, su machismo y lo que le puedan decir en la
cantina o en las fiestas, no lo acepta tanto."
Tanto para Mandis como para Elí Bartolo, uno de
los fundadores del colectivo Gunaxhii Guendanabani, otra de las organizaciones
con trabajo en prevención de la pandemia, la fisonomía de los muxes se ha
transformado. Ambos coinciden en que la mayoría no se viste de mujer, utilizan
ropa de hombre, algunas veces con zapatos de mujer y un poco de maquillaje. Sin
embargo, fueron los medios de comunicación y el interés de extranjeros e
investigadores por la situación que se vive en Juchitán, lo que motivó a
algunos a vestir sus trajes típicos de la región y adoptar una imagen
totalmente femenina, al grado de ser una de las expresiones culturales más
famosas de la ciudad istmeña y que le ha dado el sobrenombre de
"Muxetán".
El VIH es un tema que los ha marcado desde 1985,
cuando se registró el primer caso en Salina Cruz. Cifras de muxes con el virus
no las hay y nadie ha medido el impacto de la pandemia en la comunidad. Sin
embargo, en Juchitán sí han apoyado a la disminución de las cifras por medio de
talleres, obras de teatro y pláticas informativas. Al respecto, la antropóloga
Marinella Miano Borruso, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en
su texto Muxe': "nuevos liderazgos" y fenómenos mediáticos, refiere
que las tasas de nuevas infecciones se redujeron de 101 casos en 2003, hasta 70
casos en 2008 y se incrementó el uso de condón en sectores como los
"mayates", principales parejas sexuales de los muxes.
Otras como Pati se atienden en la Ciudad de
México, un lugar donde las personas travesti, transgénero y transexuales,
comunidad donde varias muxes suelen refugiarse, registran una prevalencia del
virus de 20 por ciento. Al visitar a Pati, algunas muxes hablaban del tema,
pero preferían no hablar de su situación personal ni aclarar si eran o no
portadoras del virus.
A pesar de tantos cambios, Elí y Mandis
consideran que siempre habrá muxes, adaptados a diferentes maneras de vivir, y
que seguirán adelante.
Dónde estés
"Aquí no cambié, sigo igual. No he tenido
problemas por ser muxe. Siempre me han dado trabajo". Para Pati, ser así
no ha representado ningún problema. "Me siento como una mujer porque me
gusta hacer cosas de mujer. Soy orgullosa y no me apena, soy gente zapoteca,
aunque la gente diga que somos unos pinches indios o unos pinches oaxacos,
ojalá sepan que somos trabajadores", recalca mientras lava platos. Esta
tarde no han venido tantas personas a comer, sin embargo, no tuvo mala venta.
Rememora su tierra pero no piensa regresar aunque tiene una casa. Aquí esta su
trabajo, su médico y parte de su vida, sobre todo porque siempre será muxe, sin
importar el lugar donde esté.