Fuente: Circulo de Poesía
Presentamos a continuación, un texto de Hazzel Yen (Durango, 1987) que retoma el mito de Arthur Rimbaud desde un curioso entrecruzamiento genérico (ensayo, ficción, poesía). Actualmente Hazzel Yen es Actualmente es miembro del grupo literario SIGNOS, que reúne voces poetas jóvenes de Perú, Argentina, Brasil y México.
El siguiente ejercicio, es un intento ficticio por emular algún pasaje perdido, suscitado después de que Rimabud abandonó Europa, construido sobre algunas estructuras literarias que aparecen en el libro “Una temporada en el infierno”, del mismo Rimbaud y tomando como punto de partida el estudio de Miller sobre el poeta.
PRÓLOGO
El siglo XIX, plagado por la incertidumbre del hombre que se pregunta su lugar en el universo, un siglo que presagia la muerte de Dios en la cosmovisión actual. El XIX fue un momento infestado por el progreso, repleto de revoluciones y guerras civiles que se venían arrastrando desde un siglo atrás, para ese tiempo, Europa ya era lo suficientemente vieja y había inyectado los corazones de sus habitantes con el tedio y la monotonía de los días. El pesimismo comenzaba a levantarse de entre los escombros de otras eras más gloriosas. La modernidad había llegado, y con ella se habían ido los últimos hombres dotados del aliento eterno.
Aparece Rimbaud que como ángel caído, se precipita a nuestro infierno para tratar de salvarnos. Poeta, último de su especie, además vidente, dicen algunos, lo cierto, es que salvó a la literatura de repetirse a sí misma eternamente. Una Temporada en el infiernoaparece en 1873 y con ella, se abren las puertas definitivamente a lo que hoy identificamos como nuestro: El lenguaje literario.
El siguiente ejercicio, es un intento ficticio por emular algún pasaje perdido, suscitado después de que Rimabud abandonó Europa, construido sobre algunas estructuras literarias que aparecen en el libro “Una temporada en el infierno”, del mismo Rimbaud y tomando como punto de partida el estudio de Miller sobre el poeta.
CARTA DE DESPEDIDA
¡Se han vuelto a encontrar!
¿Qué? La eternidad.
Es el sol mezclado en el mar
A Rimbaud.
Pequeño Arthur, dejaste vacía la habitación de los sueños donde radicaban todos nuestros demonios. Aún oigo tus cantos, tus silbidos y tus pasos. Las callejuelas empapadas de París, anidan en sus piedras, el eco de tus rezos malditos. Te marchaste sin volver la vista atrás. No pensaste en nadie más que en ti, alguna vez me dijiste: Mi jornada esta cumplida. Me voy de Europa. El aire marino quemará mis pulmones, los climas perdidos me curtirán[1].
¿Recuerdas cuando te conocí?, llevabas un sobrero de copa color cuervo, tu abrigo viejo y roído parecía pesar más que la cruz del profeta. En tus labios las imágenes de la vida parecían aliviarse. Yo caminaba sin rumbo, buscaba consuelo a mis pecados, nuestro encuentro fue predestinado por Satán.
Inevitablemente, mis ojos se cruzaron con tu rostro de ángel exiliado[2], los cabellos ensortijados al viento parecían diluirse con la luz del sol. Tus ojos azules empañados por el bálsamo del Ajenjo, reflejaban el hastío de respirar el aire putrefacto de esta ciudad. Resulta irónico recordar el pasado, ayer, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde corrían todos los vinos[3], la perspectiva ni el tiempo nos importaron jamás, desfallecíamos de cansancio en los cafés, para luego recibir el nuevo día embragados en un cuarto barato de hotel. En el tiempo en el que nuestras almas deambularon juntas por aquellos valles estériles, nunca te pregunté: ¿de dónde provenías?, ¿quién eras antes? Ahora que te has ido y te he buscado incansablemente, el rastro de tus huellas me llevo hasta Charleville, donde conocí a tu madre, en una charla que sostuve con ella, me contó que una madrugada de un fatigado 20 de octubre de 1854, acometiste con llanto furioso contra la vida, la pobre mujer nunca comprendió porque un alumno ejemplar y dedicado, se tornó en un muchacho intolerable y burlesco en el que la vida se agolpaba con fuerza a los 16 años. Yo se el porque: fuiste el único rebelde de una sociedad putrefacta[4] nadie nos atrevimos a levantar la cara en los albores de esos tiempos, la mayor parte de los poetas franceses modernos han bebido de ti. Pero nadie ha logrado ir más allá[5]. Tu garganta inflamada por las llagas de la desesperación, al no sentir la libertad de la vida, gritó. Con el sonido de la pólvora el cielo volteo su rostro y te coronó como poeta vidente. Insististe para que las visiones que te fueron entregadas, se amalgamaran al idioma, la lengua de Rebelais, se nutrió y renovó pantagruelicamente con los esputos que emanaron de tu boca, tu poesía salvó al francés, lengua execrable. Me dijiste alguna vez que Baudelaire fue el primer vidente, rey de los poetas, un verdadero Dios[6]. Te pudiera comparar alAlbatros, enorme ave, majestuosa en los cielos, pero en el mundo de los hombres sus alas de gigante le estorban el vuelo.
La arena hirviente del desierto, no tardó en invadir tu camino, a donde quiera que tus pasos aceleraran la marcha, se precipitaba el abismo. Estabas solo en este mundo, las quimeras habían sucumbido lapidadas por los hombres furiosos, sus cabezas destrozadas alcanzaron a fertilizar algunas almas, la tuya ya estaba colmada, ¿Sigues siendo el soñador y el poeta, el hombre que no sabe adaptarse a la vida, el hombre que cree en los milagros, que sigue buscando de una u otra forma el paraíso?[7] Tal vez lo seas siempre. Con tu partida estrangulé lentamente todo aquello. Pues si la esperanza es lo último en morir, habrá que comenzar a asesinarla. Voy de aquí para allá y en la mano izquierda sostengo con ira un puñal, para desollar una a una las palabras de tu manuscrito “Una temporada en el infierno”, algunas veces restregué el libro abierto contra las éses que la sociedad pútrida.
Regreso de una jornada larga. Todas las dudas que plantaste en mi mente retumban en mis propios pasos, al borde de las lágrimas gritaste ¡Farsa continua! Mi inocencia me hará que llore, la vida es la farsa que todos debemos representar[8].
Hoy es 20 de octubre, fecha de tu aniversario. Arde una veladora en la catedral de los interminables laberintos, para guiar a tu espíritu que navega en el abismo. “Como un barco ebrio” me contestas:
¡He visto fermentar las ciénegas enormes, trampas donde se pudre entre los juncos todo un ceviathan, derrumbarse las aguas en medio de bonanzas a la lejana catapultarse a los abismos![9]
Yo no se que pensar, el olor a leche agria revuelve mis viseras, el hedor de París se levanta como enjambre de moscas en busca de carne magra. He deambulado largas horas por los muelles, buscando marinos ebrios a quien entregar mi cuerpo, me he prostituido varias veces sin encontrar el perdón, he partido en busca del castigo a mis pensamientos malditos; parece inútil, mi espíritu ha quedado desmenbrado y estéril, tu partida arrancó de tajo lo que quedaba en mi pecho: Arterias, negrísimas venas y uno que otro trozo de algún músculo que no latía. Sigo caminando. A donde quiera que volteo me encuentro rodeado por montañas de espantapájaros. Gente con la que no siento nada en común, como tú, yo odio el lugar en que he nacido: y lo odiaré hasta el día de mi muerte[10] tal ves por eso te marchaste, dejaste como testamento tu poema “Mala Sangre”.
Tengo de mis ancestros galos los ojos
blancos y azules, la mentalidad mezquina y
la torpeza en la lucha (…)
los galos fueron los desolladores de
bestias, los incendiarios de hierba más ineptos
de su tiempo.
de ellos tengo la idolatría y el amor
del sacrilegio. ¡Oh! Todos los vicios, cólera,
injuria – magnifica la lujuria -; sobretodo
mentira y pereza.[11]
Hace unos días, tuve noticias de ti, me entere por conducto de tu madre, que te encontrabas sumergido en algún paraje ardiente y desértico de Eden, bañado hasta las rodillas por la arena fulgurante que lo quema todo. También supe tu arribo a la costa Somalí después de desertar del ejército. Nunca comprendí en ti, esa desmesurada hambre por aventurarte y recorrer el mundo, querias deborarlo todo. Aquella tarde ante el crepúsculo como testigo te tomé de la mano, me soltaste violentamente y me dijiste:Tengo que viajar, distraer los encantamientos acumulados en mi cerebro.[12]
Al principio trate de seguir tu paso, incansable devorador de caminos y veredas, guiado bajo la noche por el ladrido de los perros que anuncian la entrada al infierno, cerveros voraces de insomnio anunciaban nuestro deambular con sus chillidos, cuales emisarios diabólicos de media noche. A tu lado casi encontré la muerte, lastima que no nos bautizaron en Roma con el don del desangramiento. Pronto, la enfermedad de mis pulmones, apartó tu sombra de mi rostro y me quedé sentado, aliviando el cansancio y curando las llagas otorgadas por las afiladas piedras de las veredas, esperé tu regreso, pensando en todo lo que me habias contado. La espera se tornó eterna, regresé a casa. Para mi asombro tu obra ya había invadido las librerías de las urbes. Como hiedra crecían en Europa los antiheroes, bufones imitadores de tu asco. Rebeldes contara el mundo que con los parpados pesados por el tedio y el hastío buscaban el olvido.
¡Y todavía en la vida! –
¡Si la condenación es eterna!
Un hombre que desea mutilarse
esta condenado, ¿No?
Yo me creo en el infierno, por tanto estoy allí, (…)[13]
Tus versos escritos en lengua maldita se tradujeron a muchos idiomas, y no supiste nada. Tal vez el huir del mundo, salvó tu alma, pues ya habías escrito todo lo que esta sucediendo.
¿Qué era yo en el siglo pasado? Solo hoy puedo
encontrarme[14]
Mis pasos se desvanecen sobre el pavimento. La mirada levita más allá de las cabezas de aquellos que huyen al tiempo, la fragilidad de las pupilas colapsan contra el fulgor endemoniado del crepúsculo, el sol se ha podrido, sus rayos enfermos corrompen las imágenes que tocan, convirtiéndolas en sombras, no hay respuestas, las preguntas se agolpan, como la sangre en mi pecho, como el hedor de la vida en mi nariz, se acumulan ante mis ojos imágenes fantasmales e indescifrables… No hay respuesta, te has marchado. ¿Por qué causaste la herida? ¿Dónde quedó empañada la memoria?
Me despido de ti pequeño Arthur, yo también me marcho.
Una sensación recurrente: la pesadez de mi alma evapora mi cuerpo, todo se detiene por un instante. Las plantas de los pies en el borde, el suelo debajo de mi gotea, comienzo a caer. Una vez dentro es difícil darse cuenta que se esta ahí; los demonios del abismo seducen, buscan entrañas para devorar, se mecen en silencio bajo la cama, esperando la señal. Todo lo que recuerdo es una mancha roja que se extiende sigilosamente a lo largo del piso, casquetes humeantes, y el sulfurante olor de la pólvora entremezclado con la dulzura de la sangre.
BIBLIOGRAFÍA
* Una Temporada en el Infierno, Rimbaud Arthur, La Nave de los Locos, edición bilingüe, México 1981
* El tiempo de los asesinos, un estudio sobre Rimbaud, Miller Henry, alianza Editorial, Madrid 1983
* Los poetas malditos, Verlaine Paul, Edición de Rafael Sender, Icaria Barcelona 1980.
[1] Los poetas malditos, Paul Verlaine, edición de Rafael Sender , Barcelona 1980 Pág. 57
[2] Los poetas malditos, Paul Verlaine, edición de Rafael Sender , Barcelona 1980 Pág. 31
[3] Una temporada en el infierno, Arthur Rimbaud, La nave de los locos, Edición bilingüe, México 1981, Pág. 13.
[4] El tiempo de los asesinos, Miller Henry, alianza Editorial, Madrid 1983, Pág. 9
[5] Ídem, Pág. 8
[6] Una temporada en el infierno, Rimbaud, Arthur, Edición bilingüe, México 1981, Pág. 107
[7] El tiempo de los asesinos, Miller Henry, alianza Editorial, Madrid 1983 Pág. 17-18
[8] Una temporada en el infierno, Rimbaud Arthur, Edición bilingüe, México 1981 Pág. 31
[9] Los poetas malditos, Paul Verlaine, edición de Rafael Sender , Barcelona 1980 Pág. 47
[10]El tiempo de los asesinos, Miller Henry, alianza Editorial, Madrid 1983 Pág. 20
[11]Una temporada en el infierno, Rimbaud Arthur, Edición bilingüe, México 1981 Pág. 15
[12] Ídem, Pág. 73
[13] Una temporada en el infierno, Rimbaud Arthur, Edición bilingüe, México 1981 Pág. 33
[14] Ídem Pág. 19
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