|Arte, Literatura y algo más|
Comparte un cuento erótico de Allice Caroll
The content of this page was censored by the government of the United States
No podía ser casualidad. Cada vez que yo cogía el ascensor del trabajo, mi compañero de planta, Pablo, lo cogía también. No recuerdo haber subido o bajado jamás sin él. Pablo era alto y fuerte, moreno y de ojos marrones, atractivo y sensual, un oasis en medio del desierto. Sabía que me observaba atentamente mientras yo miraba despistaba al suelo o al techo del ascensor. No se me ocurría en ese momento nada de qué hablar con él, su intensa mirada sitiaba mis neuronas. ¿Del tiempo? Muy visto. ¿Del trabajo? Tema aburrido como el que más. Lo cierto es que él no me quitaba ojo, miraba con descaro mis pechos, pero sobre todo, miraba mi culo. Ese era su principal objetivo. Cuando entraba en el ascensor, siempre se ponía detrás de mí, yo intentaba evitar esas miradas pegando mi culo contra la pared. No podía evitar de alguna forma sentirme nerviosa con esos ojos fijos en mi trasero, pero mis nervios tenían cada vez más que ver con la excitación que provocaba en mí que por rubor o timidez. Más de una vez me imaginaba que el ascensor se estropeaba y como en las películas, Pablo y yo acabábamos haciendo el amor en él.
Cuando había gente, Pablo se acercaba a mí y se pegaba contra mi cuerpo. Me pedía disculpas, pero yo sentía que el espacio en el ascensor era más holgado del que él me hacía creer. Sentía en mis nalgas su deseo, su pene en erección. Yo, al principio, intentaba esquivar ese contacto que Pablo me regalaba de forma furtiva entre la gente, pero de alguna forma, me acostumbré tanto a él que empecé a hacerme adicta a su cercana presencia. Así que, pasadas unas semanas, ya no sólo era él el que se apretaba contra mí. Mi culo ansiaba de su contacto, así que forzaba la postura, metía mi abdomen y acercaba mi trasero en busca de su calor. Al principio, él no percibió mi cambio, quizás fruto de la casualidad, pensaría él. Lo cierto es que, de los primeros contactos tímidos, pasamos a frotarnos el uno al otro a conciencia y con alevosía. Disimuladamente, yo movía con lentitud calculada mi culo de izquierda a derecha mientras él hacía movimientos verticales hacia arriba y hacia abajo con su pene como centro de la operación. Estábamos perfectamente sincronizados, era una danza silenciosa y placentera. Nada nos decíamos fuera del ascensor, ninguna referencia a nuestros juegos, a nuestros contactos. El resto del tiempo, mi culo desaparecía para él y mi mente se olvidaba del roce de su pubis contra mis nalgas.
Aquel día de verano, volví a coincidir, como era habitual, con Pablo en el ascensor. Estábamos solos. Nuestro viaje hasta la planta doce no acababa más que comenzar. Pablo se acercó a mí, por detrás, como siempre que el ascensor estaba abarrotado de gente. Pero allí no había nadie. Sólo él y yo. Volvió a apretar su pelvis contra mi culo. Yo no puse impedimentos, al contrario, apreté mi culo contra él con deseo y necesidad. El aire acondicionado del ascensor funcionaba a pleno rendimiento, pero a pesar de ello, el calor era sofocante. Iniciamos nuestra particular danza del ascensor, yo de izquierda a derecha y él, de abajo a arriba. Un gesto de Pablo me sorprendió, o quizás no: detuvo la marcha del ascensor con el botón de emergencia. Y allí estábamos los dos, él, hambriento de mi culo, yo hambrienta de su polla. Subió las faldas de mi vestido y con un gesto rápido, me empujó contra uno de los laterales del ascensor. Notaba su aliento caliente en mi cuello, oía su respiración agitada, que era copia de la mía. Bajó mi tanga, que ya empezaba a estar más húmedo que la saliva que empecé a saborear de su lengua con la mía. Pablo se recreó durante unos segundos con la visión de mi culo. Yo estaba semi agachada, a su merced, apoyándome en la pared del ascensor para no caerme. Su mano caliente recorrió por completo mi trasero. Mi almeja encendida que clamaba por un roce se vio recompensada al sentir el peso de su mano, el movimiento de sus dedos ligeramente húmedos del calor que exhalaba de su cuerpo. Las primeras caricias fueron el comienzo, pero Pablo quería sentir el sonido de su mano en él y me propinó dos sonoros azotes. Mi culo ardió, se encendió con el placentero castigo, yo no lo consideré como tal, dado que incluso deseaba más. No me atreví a pedírselos. Sacó su verga y la sentí entre mis piernas. Pero él no quería mi sexo, quería mi culo y fue directo a él, sabiendo lo que se hacía. Extendió los abundantes fluidos que manaban de mi interior por todo mi sexo y metió sus dedos en mi trasero para lubricarlo ante la cercana presencia de su miembro. No tardó en iniciar la aproximación. Yo no pude evitar excitarme aún más si cabe al intuir sus intenciones. Empujó una y otra vez hasta abrirme por completo. Penetró mi culo hasta el fondo, hasta que no quedó un ápice de su miembro fuera de él. Yo apenas podía moverme, intentaba a duras penas sostenerme, no caerme, era tal el placer que sentía, que no era dueña de mí misma. Sus embistes eran acompañados con nuevos azotes, la piel me ardía, sabía que mi culo estaría ya encarnado, me daba igual, resultaban gozosos. Sentía que mi piel se cubría de sudor. Los gemidos que ambos emitíamos se alternaban con las palabras y frases supuestamente soeces que él me dedicaba. Eran excitantes y morbosas. Follar con Pablo en el ascensor era de putas, claro que sí, no me avergonzaba de ello, al contrario. Apenas aguanté sus embistes, me dejé ir enseguida, mis palpitaciones contrajeron rítmicamente mi culo, mientras él, notando mis apreturas se deshacía en un orgasmo, inundando aquella zona oscura por completo con su leche.
Descansamos y nos recompusimos la ropa. Pablo volvió a dar el botón del ascensor y éste comenzó a subir de nuevo. Llegamos a nuestra planta y nos despedimos con una mirada. Nuestros viajes en el ascensor continuaron y en más de una ocasión, las vacaciones de verano del resto de nuestros compañeros ampararon nuestros solitarios encuentros en el ascensor, que de día en día iban resultando cada vez más salvajes y placenteros…
0 comentarios:
Publicar un comentario