Séptimo arte

SÉPTIMO ARTE

Por Fernando Andrade Cancino
 

El cine rebasa a la literatura y al periodismo con su lenguaje y comunicación, ya que puede ser visto aún por analfabetas. Surgió ligado al telégrafo, la radio, y la aviación. Si en el siglo XVI una noticia tardaba meses en ir de un continente a otro, la comunicación vía satélite convirtió las noticias en arqueología viva: las imágenes se adelantaron a las palabras, como hemos visto en la Revolución del Jazmín, en la de Egipto, y en la de “los indignados” de España en días pasados. La música forma parte del lenguaje cinematográfico y está en función del guión; hay música hecha para el ritmo cinematográfico en función de las imágenes. También hay improvisación musical frente a las imágenes, con músicos muy reputados. Carlos Chávez, en 1926, fue músico de cine, y vertió su experiencia cinematográfica en “Sinfonía India”. El duranguense Silvestre Revueltas hizo en 1934 la música para las películas, “Janitzio” (que inaugura
el indigenismo en cine) de Carlos Navarro, y “Redes”,
de Emilio Gómez Muriel y Fred Zinnemann, en la que él concibe la unión de la lucha contra la naturaleza, y la lucha cívica, como una sinfonía, logrando una correspondencia entre la música, el ritmo cósmico de la pesca marítima y la rebelión de los trabajadores. En 1939 hizo la música de “La noche de los
Mayas”, de Chano Urueta. Vámonos con Pancho Villa”, basada  en la novela homónima de Rafael F. Muñoz, debió en parte
su éxito a la música de Revueltas, que actúa en el filme como pianista tocando en una cantina, bajo un gran cartel en el que se pide a los revolucionarios borrachos no disparar contra el músico. Alfredo Antonio González, también duranguense, antes de fundar en la ciudad de Durango la Escuela Superior de Música y la Orquesta Sinfónica de la Universidad Juárez del Estado, musicalizó, en 1950, las películas, “Mi marido”, “Los pobres van al cielo”, y “Ofrendas”, componiendo además los corridos que se cantaron en el filme “Corazones de México”.

Max Urban, antes de que se filmara la película “Janitzio”, había puesto música para su filme “La mujer del puerto”, donde actúa en un papel principal la durangueña Andrea Palma, música audible solamente acompañada de las imágenes cinematográficas, a diferencia de la de Silvestre Revueltas que es audible por sí misma, y que sigue siendo interpretada por grandes orquestas. Por otra parte, la arquitectura cinematográfica inicialmente fue para un público pequeño.
En 1897 Porfirio Díaz prendió, al inaugurar, el alumbrado del Zócalo. En esa época, en los pueblos, para atraer a la gente al cine, prendían un foco. Los cines no son teatros, aún y cuando algunos tengan concepción teatral. Se llegó a una especificidad de la arquitectura cinematográfica con el cine Regis en la ciudad de México, y posteriormente, en los cine-clubs de Alatriste, desapareció el escenario. Conforme aumentaron los espectadores y el cine se volvió espectáculo de masas aumentó el tamaño de sus edificios; el cine Florida, para 8,000 espectadores, fue el último muy grande, y luego inició la contracción de la arquitectura cinematográfica.
El cine, en México particularmente, ha tenido una función escapista. Hace años, desde su vestíbulo palaciego el espectador era enajenado, ahora grandes dulcerías, cafeterías, boliches,
etc., desarrollan esa función. El cine ha creado sus propios mitos y ritos. Aunque de cierta forma hoy, por ejemplo, el concepto de estrella (Dolores del Río) ha quedado superado y es arqueología cinematográfica, aún y cuando Hollywood fomenta ese concepto todavía.

Toda práctica implica una teoría. Lumiere  –uno de los inventores del cinematógrafo- implica una teoría aún y cuando no esté escrita. Con el tiempo surgirá una crítica específicamente cinematográfica. Arnold Hausser (el primer historiador del arte que consideró al cine como “séptimo arte”) escribió que el cine ofrecía sueños de la clase media, sin tomar en cuenta que, por ejemplo, Charles Chaplin solía tratar realidades muy crueles.

El cine surge como industria el 6 de octubre de 1927, con la presentación en Nueva York de “El cantante de Jazz”, y es un
trabajo en equipo, un producto colectivo, y como toda industria, cuenta con sindicatos, aunque muy diferentes a los universitarios, por ejemplo. El cine fue consecuencia del perfeccionamiento de la fotografía instantánea, de la “Instamatic” al cine hubo un paso muy breve, que dieron los hermanos Lumiere, aplicando el mecanismo de las máquinas de coser para hacer girar el rollo de negativos. Querían estudiar el movimiento de animales y hombres, continuando con los estudios del fotógrafo J.E. Marey.

El cine nació pues como ciencia y no como espectáculo. De ahí que cuando se filmaba un duelo a muerte, era difícil que el espectador entendiera que se trataba de una ficción y no de
la realidad. Cuando se exhibió “Juana de Arco” de Georges
Melié, muchos, al verla como noticia de un hecho real, no entendían cómo era posible ya que ella había muerto muchos años antes. Durante el porfiriato no se filmaron hechos reales relacionados con grupos indígenas (se hizo cine positivista, no crítico), sino con el “progreso”. Había un rechazo a la copia fiel, “naturalista”, de la sociedad, una tendencia a idealizar, una selección de imágenes, y cuando se aceptaba la verdad había una idealización de ésta, por medio de la selección o los “retoques”. Río Blanco y Cananea fueron muy importantes en el Porfiriato, principalmente por la entrada de “Rangers” norteamericanos; Cananea no se filmó, por la distancia y lo sorpresivo. De Río Blanco sí se dieron noticias pero no fueron
camarógrafos. Hubo pues ausencia del hecho político, expresión muy clara del Porfiriato que hizo “poca política y mucha administración” (aunque el estado no prohibía tratar el hecho político, hubo una especie de autocensura). Se trató de una generación ligada a la literatura y al folletón que tuvo problemas para asimilar el cine. En las películas de toros aventaban sombreros a la pantalla. Cuando un tren se venía sobre la lente de la cámara, los espectadores salían corriendo de la sala. (80% de la población era analfabeta en el Porfiriato).

* Texto publicado en el periódico digital  A fondo No. 107

* Más textos del autor: http://fernuchi3.blogspot.com/ a fondo [periódico digital)

VUELO POR ENCIMA DE TUS SUEÑOS

Por Angélica de la Cruz
[Durango, México]

[Prosa fragmentaria]

Cadáver exquisito Autor: Fiestoforo
Vuelo por encima de tus sueños con el fin de alcanzarlos, mas ellos se alejan cada vez
  más de tú presencia. Le reclamas a Dios de tu mediocre vida. Te quejas de todo, te miro sentado frente al río pasajero lleno de orines, donde muchos, como tú, lo ensucian, pudiendo tomar de él para vivir.
Ayer  te miré llorando y no sólo te miré, también sentí cómo sufrías dentro del frasco lleno de nada, sólo tu reflejo. Tu  vida  escasa de veracidad hacia las bondades. Ya no hay rendijas por donde escapar, puesto que la puerta de salida hacia la verdad  está tapada por  golpes y llantos. El pesimismo invade tus emociones. Yo te miro como tu fiel amanecer  a quien a diario miras.  En realidad ¿Qué soy sin ti? Te aprovechas  de eso y haces de mí lo que deseas.
Un día, como una nube forjaste  tus grandes deseos y de pronto desvanecieron como el pensamiento, la razón, o como la revelación de aquellas tinieblas donde ya no había luz. La vida era un embozo, pero tenía que seguir creciendo.  Era el día que parecía que no era hora de ser libre. Levanté mi vuelo en busca de un mejor cuerpo mientras sentía  que me absorbía al tuyo nuevamente. Tu suicidio no te funcionó, sigues vivo y, vivo en ti.
Callado, estás en esa cama, yo ansiosa  por salir y descontrolo tus pocas neuronas provocando otro suicidio. Esta vez,  debería salir bien.
_ ¿Te vas?

_ Sí, me voy, ya no aguanto permanecer en ti.
_Si te vas,  me tiraran cual basura en un hoyo, los animales me comerán, mi sangre cuajará en mis venas. Dejaré de vivir.



-La vida la llevo a un mejor cuerpo y haré de ella una gran vida. 
Vuelo sobre cadáveres que me gritan desesperados, las ratas mordisquean sus dedos. Del hueco de sus ojos salen culebras mientras son devorados por las cucarachas.
Al final del abismo estabas tú, tan pequeño y delgado. Sabía que serías mi mejor refugio.   
Tus primeros llantos en la tierra hicieron que tus padres se alegraran de gusto por tu venida. Tocaste, te abrí  y entraste por la ventana porque decidiste ser diferente.
Seré feliz en ti pese a tu incapacidad.
Corriste hacia mí. Sin embargo, un monstro  acabó nuestro encuentro.
Separaron tu pequeño reflejo de mi respiración.  Aún sigo volando,  esta vez  ¡prometo volar más veloz!  para no ser alcanzada por ese monstro…

CALENDARIO DE CONCIERTOS - CAIFANES 2011


|Arte, Literatura y algo más|
Comparte a sus visitantes el calendario oficial de presentaciones de
la legendaria de CAIFANES 

*Se han agregado dos fechas más al calendario .


Luego de su esperada reunión en la décima segunda edición del Festival Vive Latino, la legendaria agrupación del rock mexicano y latinoamericano, Caifanes, integrada por Saúl Hernández, Alfonso André, Sabo Romo, Alejandro Marcovich y Diego Herrera, complacerá a sus miles de fans, quienes seguramente contaban los minutos para que el quinteto diera a conocer sus próximas presentaciones por la República Mexicana y en los Estados Unidos.


Les Luthiers - Educación Sexual Moderna

CONCIERTOS CAIFANES SEPTIEMBRE Y OCTUBRE 2011

Por Alberto Castillo [Record]


Luego de su reencuentro en el Vive Latino y en el festival de Coachella, André, Marcovich, Saúl Hernández, Sabo Romo y Diego Herrera pondrían pausa a sus proyectos individuales para darle espacio a un tour que incluiría el interior del país y Estados Unidos, y que se dividiría en varias etapas.
“Entre septiembre y octubre sería (la gira). Se están balanceando las opciones, pero los tiempos que se tenían pensados eran septiembre y octubre. Cada quién está haciendo algo: Sabo con su grupo, Los Finger; Diego está produciendo un disco a piano solo; Saúl ya está de gira con su disco solista, y Alejandro creo que también quiere grabar.
“Obviamente habría que parar para darle chance a Caifanes, pero por lo mismo, no queremos hacer un gira muy extensa. A lo mejor hacer una primera etapa, después cada quien volver a sus cosas y regresar a hacer otra etapa más adelante. Es un poco extraño, pero así se planteó. No sé si sea buena idea, pero todos tenemos ganas de hacer cosas aparte. Vamos a ver si funciona o si es una pachecada; si no, ya se cambiará. Primero, a ver si se hace, ya veremos”, adelantó André, en su estudio El Submarino del Aire.
Por su parte, Marcovich declaró, vía correo electrónico: “Estamos en pláticas para poder lograrlo, lo cual sería muy bueno, ya que tenemos ganas de hacerlo, además de que hay un gran público ahí afuera esperando que suceda”.
HAY INTERÉS DE TODOS’
Alfonso dice sí a la gira, porque considera que dos conciertos fueron insuficientes ante la espera de 18
años para ver a la alineación completa del grupo.
“(La gira) está en el aire un poco, pero creo que hay interés de todos. Se están balanceando las posibilidades, pero pienso que sí se va a hacer; espero, porque sí me gustaría hacerlo. Hay mucha gente a la que le gustaría vernos arriba del escenario otra vez. El Vive Latino se quedó corto; hay gente que no nos pudo ver, incluso en el DF, porque no alcanzaron boletos. Hay gente de provincia y de EU a la que le encantaría ver a la banda. Estaría padre hacer algo para ellos y para nosotros”, manifestó.
CUATRO CAIFANES EN UNA ROLA
Aunque desde hace años canta ‘Miércoles de Ceniza’ en vivo y participó como vocalista en el Volumen 1 del Tributo a Caifanes y Jaguares, con ‘Hasta Que Dejes de Respirar’, André no se atrevía a grabar todo un disco como cantante, pero llegó su tiempo.
Su esposa, la también cantante Cecilia Toussaint, y su amigo Federico Fong, lo animaron a probar esa faceta y el 1 de agosto, con la disquera Terrícolas Imbéciles, lanzará el álbum ‘Cerro del Aire’, integrado por nueve canciones inéditas y tres versiones (‘Aeroplano’, de La Barranca; ‘Penélope’, de Robi Draco, y una adaptación del tema del filme ‘El Padrino’).
El músico invitó a colegas como Fong (también como coproductor), Cecilia, su hijo Julián, Aleks Syntek, Paco Huidobro, Chema Arreola, DJ Rayo, José Manuel Aguilera, Yann Zaragoza, Luri Molina y Mónica del Águila.
En particular, en la pieza ‘La Piel’ se reunió con tres Caifanes: Diego (autor del tema), Sabo y Alejandro, lo que representa la primera grabación de estos músicos (sin Saúl y ahora en sesiones separadas) en 19 años, desde el disco ‘El Silencio’.
“La idea originalmente no era ésa. Diego me pasó esa rola para grabarla y me gustó mucho. La grabamos primero con él, en la guitarra acústica y teclados, Fong en el bajo y yo en batería y voz, pero no nos gustaba el arreglo. Otro día invitamos a Sabo a grabar otra canción y cuando terminó, se nos ocurrió ponerle la de Diego, a ver qué se le ocurría. Grabó el bajo y nos gustó mucho, pero sentíamos que le hacía falta algo. Invitamos entonces a Alejandro, igual a ver qué se le ocurría, y por fi n la rola quedó como debería estar. Cada quien puso su grano de arena para llevarla a buen puerto”, detalla André.
De la ausencia de Saúl, apunta: “No está Saúl ni Marco (Rentería) ni el ‘Vampiro’. La idea era hacer algo diferente a Jaguares y la forma más segura de lograrlo era trabajar con otras personas”.
Marcovich, quien participó en otro tema, lamenta que no hubiera interacción directa entre los cuatro caifanes.
“Cuando fui a grabar la guitarra, Sabo y Diego ya habían hecho lo suyo, así que no hubo oportunidad de interactuar con ellos en el estudio. Hoy en día es así, cada músico puede grabar su parte sin que estén presentes los demás. La idea es que el resultado final suene integrado, para lo cual, en mi caso, tuve que adaptarme a lo que ya estaba grabado, en cuestión de rítmica, armonía, contrapunto, etcétera”, concluyó.




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Julio/2011


PRESENTACIONES 


Tour 2011

Septiembre:
15ChicagoAragon Ballroom
16Las VegasHouse of Blues
17San DiegoValley View Casino Center
18San FranciscoThe Warfield
23MonterreyTeatro Banamex
24MonterreyTeatro Banamex
Octubre:
01México, D.F.Palacio de los Deportes
02México, D.F.Palacio de los Deportes
04México, D.F.Palacio de los Deportes
07PueblaEstadio de Béisbol Hermanos Serdán
08GuadalajaraArena VFG
14Los AngelesNokia L.A. Live - Reventón Edicion Especial

El punk

Fuentes de información: Canal trans y wikipedia
El punk es un género musical dentro del rock que emergió a mediados de los años 1970. Éste género se caracteriza en la industria musical por su actitud independiente y amateur. En sus inicios, el punk era una música muy simple y cruda, a veces descuidada: un tipo de rock sencillo, con melodías simples de duraciones cortas, sonidos de guitarras amplificadas poco controlados o ruidosos, pocos arreglos e instrumentos, y, por lo general, de compases y tempos rápidos.
Las líneas de guitarra se caracterizan por su sencillez y la crudeza del sonido amplificado, generalmente creando un ambiente sonoro ruidoso o agresivo heredado del garage rock. El bajo, por lo general, sigue sólo la línea del acorde y no busca adornar con octavas ni arreglos la melodía. La batería por su parte lleva un tempo acelerado, con ritmos sencillos de rock. Las voces varían desde expresiones fuertes e incluso violentas o desgarradas, expresivas caricaturas cantadas que alteran los parámetros convencionales de la acción del cantante, hasta formas más melódicas y elaboradas.
El punk había nacido con una fuerza espontánea que mezcló con artística potencia pensamientos adoptados sui generis que iban de Nietzsche a Marx pasando por toda una gama de pensadores, que aunque anónimos, dejaron deslizar sospechas sobre el horizonte perfecto que algunos se esmeraban en dibujar. Pero a medida que el árbol punk extendía sus ramas para poner en la vidriera lo más avergonzante de la sociedad se iban dando procesos que si bien hicieron circular su discurso, atentaron contra su contundencia.
Analizando el fenómeno punk, como algún teórico amante de los cruces podría hacer, es evidente que se trató de una resultante lógica de la modernidad. Si la modernidad se caracteriza por un movimiento destructivo de lo establecido bautizado como modernismo y uno constructivo que da la bienvenida a lo nuevo llamado modernización, este núcleo paradójico y dialéctico fue también el embrión del punk que postulaba la necesidad de destruir para construir. Pero dado que se podría escribir todo un libro desarrollando esta idea y que el mismo podría terminar con una foto trucada de Robespierre con la remera de los Pistols, será mejor tratar de ver que pasó con aquella llamarada que marcó de algún modo las décadas posteriores.
A esta altura lo más significativo del punk rock había pasado por el impensado momento de sentarse a negociar con las discográficas multinacionales en un claro ejemplo empírico
de los términos que desarrollara Raymond Williams en los estudios culturales de Birmingham. El emergente estaba encontrando su lugar en lo hegemónico y la cuestión provocaba controversias. Así como algunos vieron en esto un pasaje lógico del proyecto, otros perecieron en él. The Clash, por ejemplo, sentía que podía luchar contra el sistema desde adentro y seguía sin entrar en contradicciones aunque un tema suyo musicalizara la promoción de una marca de jeans. Por otra parte, los que habían basado toda su virulencia en la máxima de «no transar», comenzaron a naufragar en alta mar haciendo agua ya sea por la popa o por la proa.
Algunos sectores del movimiento, atentos a las palabras que hablaban de la necesidad de una revolución permanente, sólo sabían que la cosa debía radicalizarse siempre un poco más, entrando así en una especie de espiral de controversias que, como un ácido corrosivo al extremo, fue deformando la esencia punk hacia sólo un lado del asunto. Había que tener la cresta más alta, gritar los insultos más crudos contra el establishment y golpear los instrumentos con odio para ser más punk. La revolución punk corría igual suerte que la revolución proletaria. Objetivos distintos estaban saliendo a la luz provocando quiebres que debilitaban su fuerza inicial.
La consigna del no futuro estaba ante la insalvable disyuntiva: aquel futuro estaba aquí, el tiempo siguió avanzando y aquellos jóvenes que vaticinaban la necesidad de un cambio habían corrido la misma suerte que los anteriores. El sistema se encargó de reubicarlos a todos. Algunos siguieron marginados, pero ya demasiado grandes para que los jóvenes de las generaciones posteriores los vieran como pares; otros debieron acercarse a hablar de dinero con la música; otros hicieron la vida de sus padres, aquella vida que había sido una de las razones validas para gritar y poguear en un concierto; y otros inclusive llegaron a ser grandes empresarios dispuestos a cerrar el camino a todo lo nuevo que no signifique negocio.
La casa estaba en orden, la llama punk ya no provocaba el horror de la sociedad y su poder estaba lejos de ser una amenaza. Después de todo ya no era una generación buscando el cambio; sólo unos cuantos descarriados, inadaptados, en su mayoría drogadictos o con problemas legales. Para ellos el establishment tenía reservado el sitio marginal que soporta un determinado porcentaje de individuos de una sociedad que vuelve a la paz cuando encuentra lógica a las cosas. El susto emergente que había producido el punk fue metabolizado como el susto que habían causado anteriormente otras revoluciones, pero no hay revolución alguna que aunque sea no haya dejado sus cenizas. La llamarada del punk no había hecho combustión para no dejar al menos manchado el piso.
Por otro lado mientras el punk se desparramaba por el mundo, tomando características localistas en cada lugar, cada detalle de su filosofía prestaba en ciertos aspectos a confusiones. Un ejemplo de esto fue el intento de acercamiento que el partido británico neo nazi, National Front, realizó para captar adeptos en las filas del punk. Muchos punks esgrimían entre sus atuendos símbolos como la esvástica sólo por el hecho de provocar, pero en realidad estaban muy lejos de simpatizar con ideas nazis. Negros, judíos, hindúes y todo tipo de inmigrantes eran, para los grupos neo nazis, la causa de todo los males sociales; los punks, a diferencia de ellos, veían a estos grupos como cercanos a la causa punk, ya que debían soportar también la exclusión y la injusticia social. De hecho, un ejemplo de esto, es la buena disposición del punk a escuchar reggae, música jamaiquina ejecutada por rastafaris, la única música respetada por ellos más allá de la propia, demostrando de este modo que el componente racista jamás estuvo presente en la esencia del movimiento. La idea de los grupos fascistas, de que los punks ayudarían a su causa, sólo dejó al descubierto la antítesis entre los cabeza rapada que leían el Mein Kamp como si se tratara de la Biblia y los punks que veían en ellos ese fascismo, que tanto combatieron, llevado a la máxima expresión.
Lo importante era que el punk había puesto sobre la mesa todo lo que la música de las décadas anteriores había ocultado. Más cerca de la rebeldía de Mozart o de la conmoción que causó la aparición de roqueros de la década del 50 como Jerry Lee Lewis, más cerca de la postura provocativa de los escritores beat como Ginsberg que de la ilusión hip de un mundo en paz lleno de música baba, el punk no quería complacer a un mundo tan poco complaciente.
Quizá lo más efectivo y rescatable de todo fue que el mensaje se escuchó en todo el mundo y que la música, una vez más, sirvió para demostrar lo que pasaba por la vida de toda una generación de jóvenes que sospechaba del mensaje: «Todo está bien como está».
Más allá del ojo del huracán, Londres y la costa oeste de los EE.UU., el punk rock no se detuvo en las fronteras. En el caso puntual de Argentina lo más significativo y contundente fue sin duda Los Violadores, cuyo «Uno Dos Ultraviolento», tema inspirado en La Naranja Mecánica, fue sin duda la bandera que flameó más alto en el punk de estos lares en épocas donde era un verdadero compromiso enfrentar a los progenitores para que estos comprendan que eran los ruidos que provenían del garaje. A la primera generación de nombres como Los Laxantes o Los Violadores le siguió una segunda generación punk caracterizada por grupos como Ataque 77, Gatos sucios, Flema, etc... y hasta una tercera, como 2 minutos, que sigue tomando la posta de ideas que con el tiempo siguen vigentes, aunque no todos las exhibieron con igual inteligencia y eficacia.
Lo cierto es que el punk no nació como moda, dio origen a un circuito verdaderamente alternativo, creó espacios donde no los había y gritó cosas que se callaban; pero la utopía de mantenerse fuera del sistema chocó contra la moda, la música, la difusión y en síntesis: contra el mercado. Quizás no se supo como seguir la revolución; los grupos que entraron al circuito comercial quedaron lejos de aquel cooperativismo y de la marginalidad, y los que quedaron fuera debieron buscar como sobrevivir sin tiempo para remontar la lucha desigual contra un establishment que ya sabía como tratarlos.
De esta forma el punk debió soportar una necesaria transformación para no morir como a las modas lo indica el destino. Olvidando quizás la estética de la que el big brother ya se había adueñado como novedad, fueron muchos los que ya no aceptaron la etiqueta de punk rock para su música ni los atuendos característicos que empezaban a aparecer en las postales londinenses modelados por jóvenes de crestas prolijas y borsegos lustrosos frente al Big Ben. Así, sobre las cenizas de la revolución punk, el mensaje llega a través de grupos como Mano Negra, Todos Tus Muertos, o la gran cantidad de grupos que (sin poder ser ubicados bajo el rótulo de punks) mantienen pura la esencia de aquellas ideas inmortales de manera mucho más fiel que aquellos que a pesar de su cresta y su remera de anarquía dedican sus horas a cantar loas en honor a la cerveza sin que esto abra la cabeza de su audiencia.
Si el punk fue: una moda, un fracaso o una de las más importantes revoluciones artísticas de los últimos años, quedará para el debate permanente. Lo cierto es que podemos hablar de música antes y después del punk y por ende de un mundo antes y después del punk.
Más información visitar http://www.canaltrans.com/
Vómito Nuclear [México]











Síndrome de abstinencia [México]

EL ENTIERRO PREMATURO

Edgar Allan Poe
[Estados Unidos,  1809 -1849]


Hay ciertos temas de interés absorbente, pero demasiado horribles para ser objeto de una obra de mera ficción. Los simples novelistas deben evitarlos si no quieren ofender o desagradar. Sólo se tratan con propiedad cuando lo grave y majestuoso de la verdad los santifican y sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el más intenso "dolor agradable" ante los relatos del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la peste de Londres y de la matanza de San Bartolomé o de la muerte por asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo excitante es el hecho, la realidad, la historia. Como ficciones, nos parecerían sencillamente abominables. He mencionado algunas de las más destacadas y augustas calamidades que registra la historia, pero en ellas el alcance, no menos que el carácter de la calamidad, es lo que impresiona tan vivamente la imaginación. No necesito recordar al lector que, del largo y horrible catálogo de miserias humanas, podría haber escogido muchos ejemplos individuales más llenos de sufrimiento esencial que cualquiera de esos inmensos desastres generales. La verdadera desdicha, la aflicción última, en realidad es particular, no difusa. ¡Demos gracias a Dios misericordioso que los horrorosos extremos de agonía los sufra el hombre individualmente y nunca en masa!

Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal. Que le ha caído en suerte con frecuencia, con mucha frecuencia, nadie con capacidad de juicio lo negará. Los límites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos... ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro? Sabemos que hay enfermedades en las que se produce un cese total de las funciones aparentes de la vida, y, sin embargo, ese cese no es más que una suspensión, para llamarle por su nombre. Hay sólo pausas temporales en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto período, algún misterioso principio oculto pone de nuevo en movimiento los mágicos piñones y las ruedas fantásticas. La cuerda de plata no quedó suelta para siempre, ni irreparablemente roto el vaso de oro. Pero, entretanto, ¿dónde estaba el alma? Sin embargo, aparte de la inevitable conclusión a priori de que tales causas deben producir tales efectos, de que los bien conocidos casos de vida en suspenso, una y otra vez, provocan inevitablemente entierros prematuros, aparte de esta consideración, tenemos el testimonio directo de la experiencia médica y del vulgo que prueba que en realidad tienen lugar un gran número de estos entierros. Yo podría referir ahora mismo, si fuera necesario, cien ejemplos bien probados. Uno de características muy asombrosas, y cuyas circunstancias igual quedan aún vivas en la memoria de algunos de mis lectores, ocurrió no hace mucho en la vecina ciudad de Baltimore, donde causó una conmoción penosa, intensa y muy extendida. La esposa de uno de los más respetables ciudadanos -abogado eminente y miembro del Congreso- fue atacada por una repentina e inexplicable enfermedad, que burló el ingenio de los médicos. Después de padecer mucho murió, o se supone que murió. Nadie sospechó, y en realidad no había motivos para hacerlo, de que no estaba verdaderamente muerta. Presentaba todas las apariencias comunes de la muerte. El rostro tenía el habitual contorno contraído y sumido. Los labios mostraban la habitual palidez marmórea. Los ojos no tenían brillo. Faltaba el calor. Cesaron las pulsaciones. Durante tres días el cuerpo estuvo sin enterrar, y en ese tiempo adquirió una rigidez pétrea. Resumiendo, se adelantó el funeral por el rápido avance de lo que se supuso era descomposición.
La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneció cerrada durante los tres años siguientes. Al expirar ese plazo se abrió para recibir un sarcófago, pero, ¡ay, qué terrible choque esperaba al marido cuando abrió personalmente la puerta! Al empujar los portones, un objeto vestido de blanco cayó rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta.
Una cuidadosa investigación mostró la evidencia de que había revivido a los dos días de ser sepultada, que sus luchas dentro del ataúd habían provocado la caída de éste desde una repisa o nicho al suelo, y al romperse el féretro pudo salir de él. Apareció vacía una lámpara que accidentalmente se había dejado llena de aceite, dentro de la tumba; puede, no obstante, haberse consumido por evaporación. En los peldaños superiores de la escalera que descendía a la espantosa cripta había un trozo del ataúd, con el cual, al parecer, la mujer había intentado llamar la atención golpeando la puerta de hierro. Mientras hacía esto, probablemente se desmayó o quizás murió de puro terror, y al caer, la mortaja se enredó en alguna pieza de hierro que sobresalía hacia dentro. Allí quedó y así se pudrió, erguida.
En el año 1810 tuvo lugar en Francia un caso de inhumación prematura, en circunstancias que contribuyen mucho a justificar la afirmación de que la verdad es más extraña que la ficción. La heroína de la historia era mademoiselle [señorita] Victorine Lafourcade, una joven de ilustre familia, rica y muy guapa. Entre sus numerosos pretendientes se contaba Julien Bossuet, un pobre littérateur [literato] o periodista de París. Su talento y su amabilidad habían despertado la atención de la heredera, que, al parecer, se había enamorado realmente de él, pero el orgullo de casta la llevó por fin a rechazarlo y a casarse con un tal Monsieur [señor] Rénelle, banquero y diplomático de cierto renombre. Después del matrimonio, sin embargo, este caballero descuidó a su mujer y quizá llegó a pegarle. Después de pasar unos años desdichados ella murió; al menos su estado se parecía tanto al de la muerte que engañó a todos quienes la vieron. Fue enterrada, no en una cripta, sino en una tumba común, en su aldea natal. Desesperado y aún inflamado por el recuerdo de su cariño profundo, el enamorado viajó de la capital a la lejana provincia donde se encontraba la aldea, con el romántico propósito de desenterrar el cadáver y apoderarse de sus preciosos cabellos. Llegó a la tumba. A medianoche desenterró el ataúd, lo abrió y, cuando iba a cortar los cabellos, se detuvo ante los ojos de la amada, que se abrieron. La dama había sido enterrada viva. Las pulsaciones vitales no habían desaparecido del todo, y las caricias de su amado la despertaron de aquel letargo que equivocadamente había sido confundido con la muerte. Desesperado, el joven la llevó a su alojamiento en la aldea. Empleó unos poderosos reconstituyentes aconsejados por sus no pocos conocimientos médicos. En resumen, ella revivió. Reconoció a su salvador. Permaneció con él hasta que lenta y gradualmente recobró la salud. Su corazón no era tan duro, y esta última lección de amor bastó para ablandarlo. Lo entregó a Bossuet. No volvió junto a su marido, sino que, ocultando su resurrección, huyó con su amante a América. Veinte años después, los dos regresaron a Francia, convencidos de que el paso del tiempo había cambiado tanto la apariencia de la dama, que sus amigos no podrían reconocerla. Pero se equivocaron, pues al primer encuentro monsieur Rénelle reconoció a su mujer y la reclamó. Ella rechazó la reclamación y el tribunal la apoyó, resolviendo que las extrañas circunstancias y el largo período transcurrido habían abolido, no sólo desde un punto de vista equitativo, sino legalmente la autoridad del marido.
La Revista de Cirugía de Leipzig, publicación de gran autoridad y mérito, que algún editor americano haría bien en traducir y publicar, relata en uno de los últimos números un acontecimiento muy penoso que presenta las mismas características.
Un oficial de artillería, hombre de gigantesca estatura y salud excelente, fue derribado por un caballo indomable y sufrió una contusión muy grave en la cabeza, que le dejó inconsciente. Tenía una ligera fractura de cráneo pero no se percibió un peligro inmediato. La trepanación se hizo con éxito. Se le aplicó una sangría y se adoptaron otros muchos remedios comunes. Pero cayó lentamente en un sopor cada vez más grave y por fin se le dio por muerto.
Hacía calor y lo enterraron con prisa indecorosa en uno de los cementerios públicos. Sus funerales tuvieron lugar un jueves. Al domingo siguiente, el parque del cementerio, como de costumbre, se llenó de visitantes, y alrededor del mediodía se produjo un gran revuelo, provocado por las palabras de un campesino que, habiéndose sentado en la tumba del oficial, había sentido removerse la tierra, como si alguien estuviera luchando abajo. Al principio nadie prestó demasiada atención a las palabras de este hombre, pero su evidente terror y la terca insistencia con que repetía su historia produjeron, al fin, su natural efecto en la muchedumbre. Algunos con rapidez consiguieron unas palas, y la tumba, vergonzosamente superficial, estuvo en pocos minutos tan abierta que dejó al descubierto la cabeza de su ocupante. Daba la impresión de que estaba muerto, pero aparecía casi sentado dentro del ataúd, cuya tapa, en furiosa lucha, había levantado parcialmente. Inmediatamente lo llevaron al hospital más cercano, donde se le declaró vivo, aunque en estado de asfixia. Después de unas horas volvió en sí, reconoció a algunas personas conocidas, y con frases inconexas relató sus agonías en la tumba.
Por lo que dijo, estaba claro que la víctima mantuvo la conciencia de vida durante más de una hora después de la inhumación, antes de perder los sentidos. Habían rellenado la tumba, sin percatarse, con una tierra muy porosa, sin aplastar, y por eso le llegó un poco de aire. Oyó los pasos de la multitud sobre su cabeza y a su vez trató de hacerse oír. El tumulto en el parque del cementerio, dijo, fue lo que seguramente lo despertó de un profundo sueño, pero al despertarse se dio cuenta del espantoso horror de su situación. Este paciente, según cuenta la historia, iba mejorando y parecía encaminado hacia un restablecimiento definitivo, cuando cayó víctima de la charlatanería de los experimentos médicos. Se le aplicó la batería galvánica y expiró de pronto en uno de esos paroxismos estáticos que en ocasiones produce.
La mención de la batería galvánica, sin embargo, me trae a la memoria un caso bien conocido y muy extraordinario, en que su acción resultó ser la manera de devolver la vida a un joven abogado de Londres que estuvo enterrado dos días. Esto ocurrió en 1831, y entonces causó profunda impresión en todas partes, donde era tema de conversación.
El paciente, el señor Edward Stapleton, había muerto, aparentemente, de fiebre tifoidea acompañada de unos síntomas anómalos que despertaron la curiosidad de sus médicos. Después de su aparente fallecimiento, se pidió a sus amigos la autorización para un examen postmórtem (autopsia), pero éstos se negaron. Como sucede a menudo ante estas negativas, los médicos decidieron desenterrar el cuerpo y examinarlo a conciencia, en privado. Fácilmente llegaron a un arreglo con uno de los numerosos grupos de ladrones de cadáveres que abundan en Londres, y la tercera noche después del entierro el supuesto cadáver fue desenterrado de una tumba de ocho pies de profundidad y depositado en el quirófano de un hospital privado.
Al practicársele una incisión de cierta longitud en el abdomen, el aspecto fresco e incorrupto del sujeto sugirió la idea de aplicar la batería. Hicieron sucesivos experimentos con los efectos acostumbrados, sin nada de particular en ningún sentido, salvo, en una o dos ocasiones, una apariencia de vida mayor de la norma en cierta acción convulsiva.
Era ya tarde. Iba a amanecer y se creyó oportuno, al fin, proceder inmediatamente a la disección. Pero uno de los estudiosos tenía un deseo especial de experimentar una teoría propia e insistió en aplicar la batería a uno de los músculos pectorales. Tras realizar una tosca incisión, se estableció apresuradamente un contacto; entonces el paciente, con un movimiento rápido pero nada convulsivo, se levantó de la mesa, caminó hacia el centro de la habitación, miró intranquilo a su alrededor unos instantes y entonces habló. Lo que dijo fue ininteligible, pero pronunció algunas palabras, y silabeaba claramente. Después de hablar, se cayó pesadamente al suelo.
Durante unos momentos todos se quedaron paralizados de espanto, pero la urgencia del caso pronto les devolvió la presencia de ánimo. Se vio que el señor Stapleton estaba vivo, aunque sin sentido. Después de administrarle éter volvió en sí y rápidamente recobró la salud, retornando a la sociedad de sus amigos, a quienes, sin embargo, se les ocultó toda noticia sobre la resurrección hasta que ya no se temía una recaída. Es de imaginar la maravilla de aquellos y su extasiado asombro.
El dato más espeluznante de este incidente, sin embargo, se encuentra en lo que afirmó el mismo señor Stapleton. Declaró que en ningún momento perdió todo el sentido, que de un modo borroso y confuso percibía todo lo que le estaba ocurriendo desde el instante en que fuera declarado muerto por los médicos hasta cuando cayó desmayado en el piso del hospital. "Estoy vivo", fueron las incomprendidas palabras que, al reconocer la sala de disección, había intentado pronunciar en aquel grave instante de peligro.
Sería fácil multiplicar historias como éstas, pero me abstengo, porque en realidad no nos hacen falta para establecer el hecho de que suceden entierros prematuros. Cuando reflexionamos, en las raras veces en que, por la naturaleza del caso, tenemos la posibilidad de descubrirlos, debemos admitir que tal vez ocurren más frecuentemente de lo que pensamos. En realidad, casi nunca se han removido muchas tumbas de un cementerio, por alguna razón, sin que aparecieran esqueletos en posturas que sugieren la más espantosa de las sospechas. La sospecha es espantosa, pero es más espantoso el destino. Puede afirmarse, sin vacilar, que ningún suceso se presta tanto a llevar al colmo de la angustia física y mental como el enterramiento antes de la muerte. La insoportable opresión de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra húmeda, la mortaja que se adhiere, el rígido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma, la invisible pero palpable presencia del gusano vencedor; estas cosas, junto con los deseos del aire y de la hierba que crecen arriba, con el recuerdo de los queridos amigos que volarían a salvarnos si se enteraran de nuestro destino, y la conciencia de que nunca podrán saberlo, de que nuestra suerte irremediable es la de los muertos de verdad, estas consideraciones, digo, llevan el corazón aún palpitante a un grado de espantoso e insoportable horror ante el cual la imaginación más audaz retrocede. No conocemos nada tan angustioso en la Tierra, no podemos imaginar nada tan horrible en los dominios del más profundo Infierno. Y por eso todos los relatos sobre este tema despiertan un interés profundo, interés que, sin embargo, gracias a la temerosa reverencia hacia este tema, depende justa y específicamente de nuestra creencia en la verdad del asunto narrado. Lo que voy a contar ahora es mi conocimiento real, mi experiencia efectiva y personal..
Durante varios años sufrí ataques de ese extraño trastorno que los médicos han decidido llamar catalepsia, a falta de un nombre que mejor lo defina. Aunque tanto las causas inmediatas como las predisposiciones e incluso el diagnóstico de esta enfermedad siguen siendo misteriosas, su carácter evidente y manifiesto es bien conocido. Las variaciones parecen serlo, principalmente, de grado. A veces el paciente se queda un solo día o incluso un período más breve en una especie de exagerado letargo. Está inconsciente y externamente inmóvil, pero las pulsaciones del corazón aún se perciben débilmente; quedan unos indicios de calor, una leve coloración persiste en el centro de las mejillas y, al aplicar un espejo a los labios, podemos detectar una torpe, desigual y vacilante actividad de los pulmones. Otras veces el trance dura semanas e incluso meses, mientras el examen más minucioso y las pruebas médicas más rigurosas no logran establecer ninguna diferencia material entre el estado de la víctima y lo que concebimos como muerte absoluta. Por regla general, lo salvan del entierro prematuro sus amigos, que saben que sufría anteriormente de catalepsia, y la consiguiente sospecha, pero sobre todo le salva la ausencia de corrupción. La enfermedad, por fortuna, avanza gradualmente. Las primeras manifestaciones, aunque marcadas, son inequívocas. Los ataques son cada vez más característicos y cada uno dura más que el anterior. En esto reside la mayor seguridad, de cara a evitar la inhumación. El desdichado cuyo primer ataque tuviera la gravedad con que en ocasiones se presenta, sería casi inevitablemente llevado vivo a la tumba.
Mi propio caso no difería en ningún detalle importante de los mencionados en los textos médicos. A veces, sin ninguna causa aparente, me hundía poco a poco en un estado de semisíncope, o casi desmayo, y ese estado, sin dolor, sin capacidad de moverme, o realmente de pensar, pero con una borrosa y letárgica conciencia de la vida y de la presencia de los que rodeaban mi cama, duraba hasta que la crisis de la enfermedad me devolvía, de repente, el perfecto conocimiento. Otras veces el ataque era rápido, fulminante. Me sentía enfermo, aterido, helado, con escalofríos y mareos, y, de repente, me caía postrado. Entonces, durante semanas, todo estaba vacío, negro, silencioso y la nada se convertía en el universo. La total aniquilación no podía ser mayor. Despertaba, sin embargo, de estos últimos ataques lenta y gradualmente, en contra de lo repentino del acceso. Así como amanece el día para el mendigo que vaga por las calles en la larga y desolada noche de invierno, sin amigos ni casa, así lenta, cansada, alegre volvía a mí la luz del alma. Pero, aparte de esta tendencia al síncope, mi salud general parecía buena, y no hubiera podido percibir que sufría esta enfermedad, a no ser que una peculiaridad de mi sueño pudiera considerarse provocada por ella. Al despertarme, nunca podía recobrar en seguida el uso completo de mis facultades, y permanecía siempre durante largo rato en un estado de azoramiento y perplejidad, ya que las facultades mentales en general y la memoria en particular se encontraban en absoluta suspensión.
En todos mis padecimientos no había sufrimiento físico, sino una infinita angustia moral. Mi imaginación se volvió macabra. Hablaba de "gusanos, de tumbas, de epitafios". Me perdía en meditaciones sobre la muerte, y la idea del entierro prematuro se apoderaba de mi mente. El espeluznante peligro al cual estaba expuesto me obsesionaba día y noche. Durante el primero, la tortura de la meditación era excesiva; durante la segunda, era suprema, Cuando las tétricas tinieblas se extendían sobre la tierra, entonces, presa de los más horribles pensamientos, temblaba, temblaba como las trémulas plumas de un coche fúnebre. Cuando mi naturaleza ya no aguantaba la vigilia, me sumía en una lucha que al fin me llevaba al sueño, pues me estremecía pensando que, al despertar, podía encontrarme metido en una tumba. Y cuando, por fin, me hundía en el sueño, lo hacía sólo para caer de inmediato en un mundo de fantasmas, sobre el cual flotaba con inmensas y tenebrosas alas negras la única, predominante y sepulcral idea. De las innumerables imágenes melancólicas que me oprimían en sueños elijo para mi relato una visión solitaria. Soñé que había caído en un trance cataléptico de más duración y profundidad que lo normal. De repente una mano helada se posó en mi frente y una voz impaciente, farfullante, susurró en mi oído: "¡Levántate!"
Me incorporé. La oscuridad era total. No podía ver la figura del que me había despertado. No podía recordar ni la hora en que había caído en trance, ni el lugar en que me encontraba. Mientras seguía inmóvil, intentando ordenar mis pensamientos, la fría mano me agarró con fuerza por la muñeca, sacudiéndola con petulancia, mientras la voz farfullante decía de nuevo:
-¡Levántate! ¿No te he dicho que te levantes?
-¿Y tú - pregunté- quién eres?
-No tengo nombre en las regiones donde habito -replicó la voz tristemente-. Fui un hombre y soy un espectro. Era despiadado, pero soy digno de lástima. Ya ves que tiemblo. Me rechinan los dientes cuando hablo, pero no es por el frío de la noche, de la noche eterna. Pero este horror es insoportable. ¿Cómo puedes dormir tú tranquilo? No me dejan descansar los gritos de estas largas agonías. Estos espectáculos son más de lo que puedo soportar. ¡Levántate! Ven conmigo a la noche exterior, y deja que te muestre las tumbas. ¿No es este un espectáculo de dolor?... ¡Mira!
Miré, y la figura invisible que aún seguía apretándome la muñeca consiguió abrir las tumbas de toda la humanidad, y de cada una salían las irradiaciones fosfóricas de la descomposición, de forma que pude ver sus más escondidos rincones y los cuerpos amortajados en su triste y solemne sueño con el gusano. Pero, ¡ay!, los que realmente dormían, aunque fueran muchos millones, eran menos que los que no dormían en absoluto, y había una débil lucha, y había un triste y general desasosiego, y de las profundidades de los innumerables pozos salía el melancólico frotar de las vestiduras de los enterrados. Y, entre aquellos que parecían descansar tranquilos, vi que muchos habían cambiado, en mayor o menor grado, la rígida e incómoda postura en que fueron sepultados. Y la voz me habló de nuevo, mientras contemplaba:
-¿No es esto, ¡ah!, acaso un espectáculo lastimoso?
Pero, antes de que encontrara palabras para contestar, la figura había soltado mi muñeca, las luces fosfóricas se extinguieron y las tumbas se cerraron con repentina violencia, mientras de ellas salía un tumulto de gritos desesperados, repitiendo: "¿No es esto, ¡Dios mío!, acaso un espectáculo lastimoso?"
Fantasías como ésta se presentaban por la noche y extendían su terrorífica influencia incluso en mis horas de vigilia. Mis nervios quedaron destrozados, y fui presa de un horror continuo. Ya no me atrevía a montar a caballo, a pasear, ni a practicar ningún ejercicio que me alejara de casa. En realidad, ya no me atrevía a fiarme de mí lejos de la presencia de los que conocían mi propensión a la catalepsia, por miedo de que, en uno de esos ataques, me enterraran antes de conocer mi estado realmente. Dudaba del cuidado y de la lealtad de mis amigos más queridos. Temía que, en un trance más largo de lo acostumbrado, se convencieran de que ya no había remedio. Incluso llegaba a temer que, como les causaba muchas molestias, quizá se alegraran de considerar que un ataque prolongado era la excusa suficiente para librarse definitivamente de mí. En vano trataban de tranquilizarme con las más solemnes promesas. Les exigía, con los juramentos más sagrados, que en ninguna circunstancia me enterraran hasta que la descomposición estuviera tan avanzada, que impidiese la conservación. Y aun así mis terrores mortales no hacían caso de razón alguna, no aceptaban ningún consuelo. Empecé con una serie de complejas precauciones. Entre otras, mandé remodelar la cripta familiar de forma que se pudiera abrir fácilmente desde dentro. A la más débil presión sobre una larga palanca que se extendía hasta muy dentro de la cripta, se abrirían rápidamente los portones de hierro. También estaba prevista la entrada libre de aire y de luz, y adecuados recipientes con alimentos y agua, al alcance del ataúd preparado para recibirme. Este ataúd estaba acolchado con un material suave y cálido y dotado de una tapa elaborada según el principio de la puerta de la cripta, incluyendo resortes ideados de forma que el más débil movimiento del cuerpo sería suficiente para que se soltara. Aparte de esto, del techo de la tumba colgaba una gran campana, cuya soga pasaría (estaba previsto) por un agujero en el ataúd y estaría atada a una mano del cadáver. Pero, ¡ay!, ¿de qué sirve la precaución contra el destino del hombre? ¡Ni siquiera estas bien urdidas seguridades bastaban para librar de las angustias más extremas de la inhumación en vida a un infeliz destinado a ellas!
Llegó una época -como me había ocurrido antes a menudo- en que me encontré emergiendo de un estado de total inconsciencia a la primera sensación débil e indefinida de la existencia. Lentamente, con paso de tortuga, se acercaba el pálido amanecer gris del día psíquico. Un desasosiego aletargado. Una sensación apática de sordo dolor. Ninguna preocupación, ninguna esperanza, ningún esfuerzo. Entonces, después de un largo intervalo, un zumbido en los oídos. Luego, tras un lapso de tiempo más largo, una sensación de hormigueo o comezón en las extremidades; después, un período aparentemente eterno de placentera quietud, durante el cual las sensaciones que se despiertan luchan por transformarse en pensamientos; más tarde, otra corta zambullida en la nada; luego, un súbito restablecimiento. Al fin, el ligero estremecerse de un párpado; e inmediatamente después, un choque eléctrico de terror, mortal e indefinido, que envía la sangre a torrentes desde las sienes al corazón. Y entonces, el primer esfuerzo por pensar. Y entonces, el primer intento de recordar. Y entonces, un éxito parcial y evanescente. Y entonces, la memoria ha recobrado tanto su dominio, que, en cierta medida, tengo conciencia de mi estado. Siento que no me estoy despertando de un sueño corriente. Recuerdo que he sufrido de catalepsia. Y entonces, por fin, como si fuera la embestida de un océano, el único peligro horrendo, la única idea espectral y siempre presente abruma mi espíritu estremecido.
Unos minutos después de que esta fantasía se apoderase de mí, me quedé inmóvil. ¿Y por qué? No podía reunir valor para moverme. No me atrevía a hacer el esfuerzo que desvelara mi destino, sin embargo algo en mi corazón me susurraba que era seguro. La desesperación -tal como ninguna otra clase de desdicha produce-, sólo la desesperación me empujó, después de una profunda duda, a abrir mis pesados párpados. Los levanté. Estaba oscuro, todo oscuro. Sabía que el ataque había terminado. Sabía que la situación crítica de mi trastorno había pasado. Sabía que había recuperado el uso de mis facultades visuales, y, sin embargo, todo estaba oscuro, oscuro, con la intensa y absoluta falta de luz de la noche que dura para siempre.
Intenté gritar, y mis labios y mi lengua reseca se movieron convulsivamente, pero ninguna voz salió de los cavernosos pulmones, que, oprimidos como por el peso de una montaña, jadeaban y palpitaban con el corazón en cada inspiración laboriosa y difícil.  El movimiento de las mandíbulas, en el esfuerzo por gritar, me mostró que estaban atadas, como se hace con los muertos. Sentí también que yacía sobre una materia dura, y algo parecido me apretaba los costados. Hasta entonces no me había atrevido a mover ningún miembro, pero al fin levanté con violencia mis brazos, que estaban estirados, con las muñecas cruzadas. Chocaron con una materia sólida, que se extendía sobre mi cuerpo a no más de seis pulgadas de mi cara. Ya no dudaba de que reposaba al fin dentro de un ataúd.
Y entonces, en medio de toda mi infinita desdicha, vino dulcemente la esperanza, como un querubín, pues pensé en mis precauciones. Me retorcí e hice espasmódicos esfuerzos para abrir la tapa: no se movía. Me toqué las muñecas buscando la soga: no la encontré. Y entonces mi consuelo huyó para siempre, y una desesperación aún más inflexible reinó triunfante pues no pude evitar percatarme de la ausencia de las almohadillas que había preparado con tanto cuidado, y entonces llegó de repente a mis narices el fuerte y peculiar olor de la tierra húmeda. La conclusión era irresistible. No estaba en la cripta. Había caído en trance lejos de casa, entre desconocidos, no podía recordar cuándo y cómo, y ellos me habían enterrado como a un perro, metido en algún ataúd común, cerrado con clavos, y arrojado bajo tierra, bajo tierra y para siempre, en alguna tumba común y anónima.
Cuando este horrible convencimiento se abrió paso con fuerza hasta lo más íntimo de mi alma, luché una vez más por gritar. Y este segundo intento tuvo éxito. Un largo, salvaje y continuo grito o alarido de agonía resonó en los recintos de la noche subterránea.
-Oye, oye, ¿qué es eso? -dijo una áspera voz, como respuesta.
-¿Qué diablos pasa ahora? -dijo un segundo..
-¡Fuera de ahí! -dijo un tercero.
-¿Por qué aúlla de esa manera, como un gato montés? -dijo un cuarto.
Y entonces unos individuos de aspecto rudo me sujetaron y me sacudieron sin ninguna consideración. No me despertaron del sueño, pues estaba completamente despierto cuando grité, pero me devolvieron la plena posesión de mi memoria.
Esta aventura ocurrió cerca de Richmond, en Virginia. Acompañado de un amigo, había bajado, en una expedición de caza, unas millas por las orillas del río James. Se acercaba la noche cuando nos sorprendió una tormenta. La cabina de una pequeña chalupa anclada en la corriente y cargada de tierra vegetal nos ofreció el único refugio asequible. Le sacamos el mayor provecho posible y pasamos la noche a bordo. Me dormí en una de las dos literas; no hace falta describir las literas de una chalupa de sesenta o setenta toneladas. La que yo ocupaba no tenía ropa de cama. Tenía una anchura de dieciocho pulgadas. La distancia entre el fondo y la cubierta era exactamente la misma. Me resultó muy difícil meterme en ella. Sin embargo, dormí profundamente, y toda mi visión -pues no era ni un sueño ni una pesadilla- surgió naturalmente de las circunstancias de mi postura, de la tendencia habitual de mis pensamientos, y de la dificultad, que ya he mencionado, de concentrar mis sentidos y sobre todo de recobrar la memoria durante largo rato después de despertarme. Los hombres que me sacudieron eran los tripulantes de la chalupa y algunos jornaleros contratados para descargarla. De la misma carga procedía el olor a tierra. La venda en torno a las mandíbulas era un pañuelo de seda con el que me había atado la cabeza, a falta de gorro de dormir.

Las torturas que soporté, sin embargo, fueron indudablemente iguales en aquel momento a las de la verdadera sepultura. Eran de un horror inconcebible, increíblemente espantosas; pero del mal procede el bien, pues su mismo exceso provocó en mi espíritu una reacción inevitable. Mi alma adquirió temple, vigor. Salí fuera. Hice ejercicios duros. Respiré aire puro. Pensé en más cosas que en la muerte. Abandoné mis textos médicos. Quemé el libro de Buchan. No leí más pensamientos nocturnos, ni grandilocuencias sobre cementerios, ni cuentos de miedo como éste. En muy poco tiempo me convertí en un hombre nuevo y viví una vida de hombre. Desde aquella noche memorable descarté para siempre mis aprensiones sepulcrales y con ellas se desvanecieron los achaques catalépticos, de los cuales quizá fueran menos consecuencia que causa. Hay momentos en que, incluso para el sereno ojo de la razón, el mundo de nuestra triste humanidad puede parecer el infierno, pero la imaginación del hombre no es Caratis para explorar con impunidad todas sus cavernas. ¡Ay!, la torva legión de los terrores sepulcrales no se puede considerar como completamente imaginaria, pero los demonios, en cuya compañía Afrasiab hizo su viaje por el Oxus, tienen que dormir o nos devorarán..., hay que permitirles que duerman, o pereceremos.