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Invention of love 

Los libros fantásticos de vuelo del Sr. Morris Lessmore


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William Joyce
LOS LIBROS FANTÁSTICOS DE VUELO DEL SEÑOR MORRIS LESSMORE

The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore (2011)


LAS MARAVILLAS QUE OFRECEN LOS LIBROS

Presentación del libro Cine México 1970-2011

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Fernando Andrade Cacino

En el marco del 27 Festival Internacional de Cine en Guadalajara se llevará a cabo la presentación del libro Cine México 1970-2011 (Coordinado y realizado por José Rodríguez López.


El evento tendrá lugar el lunes 5 de marzo a las 11.00 hs, en el salón "Joaquín Pardavé" de Expo
Guadalajara, sede del festival.




La noche de los feos--- Mario Benedetti


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Mario Benedetti

LA NOCHE DE LOS FEOS


Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."


"Prometo."


"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"


"No."


"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.


En jaque (Poesía erótica)

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EN JAQUE



Pablo M. Antúnez

 


I

¡Mierda!
Me has traído aquí para derrotarme
¿No es así?
Sabes que soy de carne
¿No es así?


¿Cómo demonios se te ocurre
traerme a este lugar
donde has reunido a un centenar de soldados para vencerme?

Has puesto una manzana sobre la mesa
y un libro de un escritor desconocido en mis rodillas.


II

¡Demonios!
No te quites la ropa, no vengo preparado para jugar a las muñecas.
Estás luchando con las armas de la carne, en un lugar donde has tendido una trampa.

Me has apuñalada con tus miradas cabronas de doncella.

 ¡Despiadada!
¡Cruel!
¡No se vale!
Me cae que no se vale.

Estoy tan débil frente a ti.
Tú y tus ejércitos me vencerán.

Me doy.

NO ES QUE MUERA DE AMOR--- Jaime Sabines


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Jaime Sabines

NO ES QUE MUERA DE AMOR

Jaime Sabines  (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1926 -1999)

No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos
.


EL POEMA MÁS HERMOSO DEL MUNDO


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LAS CHICAS SÓLO QUIEREN PLÁSTICO-- Novela de Isadora Montelongo


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Se congratula anunciar el nuevo libro de
Isadora Montelongo

Las chicas sólo quieren plástico
PLAZA & JANES EDITORES

Ante la reciente ruptura de su relación amorosa a causa de una negativa de alcoba por parte de su prometido, Ayelén se aferra a la idea de abastecerse de respuestas con las preguntas sobre sexo que surgieron a partir de ese encuentro interrumpido. Para llegar a ellas se entromete en situaciones escabrosas y en una convivencia con personajes que van apareciendo durante su búsqueda. Cada una de éstas la capturan en una serie de anécdotas que llevan al lector a un sexo tibio y dulce, otras a uno duro y descarnado donde las mujeres aprenden a hacerlo como hombres y los hombres aprenden a ser sólo objetos del deseo, cambiando su rol y llegando a vivir como mitos sexuales.




Las chicas ya se dieron cuenta que el amor no se encuentra a la vuelta de la esquina; las chicas ya se hartaron de ese peregrinaje; las chicas, cuando encuentran el amor, se aburren; las chicas sólo quieren tarjetas de crédito y condones; las chicas sólo quieren plástico. 

Puntos de venta: LIVERPOOL, SANBORNS, GANDHI, PORRÚA, CAFEBRERÍA EL PÉNDULO.


Sección: literatura iberoamericana » general
EAN: 9786073107549
Editorial: PLAZA & JANES EDITORES
ISBN: 9786073107549
Edición: 1ª
Formato: RUSTICO
Año: 2012
No. de páginas: 184
Idioma: ESPAÑOL
País: MEXICO

EL CUENTO MÁS HERMOSO DEL MUNDO

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SERGIO--- Cuento de Isadora Montelongo


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Isadora Montelongo  (Monterrey, México)



Este cuento fue publicado en Octubre de 2011 en la Revista de Playboy, México

SERGIO




La línea del tiempo, urticaria, y los horarios encima. Es lunes. La queja es grande. Sergio viste de traje, loguea su número de empleado sobre el computador, se frota la mano contra el pecho encima de la camisa, se sienta en el escritorio hasta terminar su trabajo. Pasa por alto la hora de comida. Se rasca.

Sergio es un empleado distinguido como la única cafetera de la oficina. El jefe gordo y gruñón lo aprecia y confía en él. Sergio lo sabe. Los demás compañeros lo respetan como a un oficinista que trabaja y trabaja fuera de control. El robot, le dicen con tono de elogio.

Sergio termina su jornada de diez horas, evita restregarse la mano en el cuerpo a causa de la comezón, vuelve a su casa. Abre la puerta, nadie lo espera, ni si quiera el timbre del teléfono de casa. Se rasca el picor. Llega a su cuarto, en vez de irse hambriento contra el refrigerador, desviste su traje y corbata. Se queda con el cuerpo desnudo, la piel blancuzca le cala.
Baja al refrigerador, lo abre y saca un litro de leche tras otro. Bebe repetidas veces directo del cartón, hasta saciar la sed. No come más nada. Evita rascarse sobre el picor de la piel de todos los días. Cierra todas las persianas de casa. Se va a la cama.
El día es grande. 10 horas de trabajo. Felicitaciones por su buen desempeño, invitaciones, como siempre rechazadas por él, para ir con los compañeros de trabajo a beber unas cuantas cervezas. Es viernes y Sergio es el único que no lo ve con satisfacción.
Regresa a casa. Abre la puerta. Desviste su traje y corbata. Va al refrigerador, desnudo con su miembro colgando escamoso. Toma de adentro un litro de leche tras otro hasta agotarlos. Siente el picor que le cala, rasca un poco la piel. Cierra el refrigerador y en el reflejo de la puerta, comienza a retirarse la piel del pecho, despega la piel tirón tras tirón, lentamente le sigue el cuello hasta asomarse un tono verduzco que le sobresale sin una gota de sangre, se rasca, sigue con las piernas y el miembro hasta retirarse la piel como una enorme blancuzca laca pegajosa que deja bajo el agua del grifo para que se deshaga. Se retira la cara. Y Sergio cambia. Es él, en la noche de cada viernes, es él en la soledad de casa, donde no siente urticaria por la piel humana, pero donde no hay nadie que crea o confíe en él.

CUENTO ERÓTICO


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No podía ser casualidad. Cada vez que yo cogía el ascensor del trabajo, mi compañero de planta, Pablo, lo cogía también. No recuerdo haber subido o bajado jamás sin él. Pablo era alto y fuerte, moreno y de ojos marrones, atractivo y sensual, un oasis en medio del desierto. Sabía que me observaba atentamente mientras yo miraba despistaba al suelo o al techo del ascensor. No se me ocurría en ese momento nada de qué hablar con él, su intensa mirada sitiaba mis neuronas. ¿Del tiempo? Muy visto. ¿Del trabajo? Tema aburrido como el que más. Lo cierto es que él no me quitaba ojo, miraba con descaro mis pechos, pero sobre todo, miraba mi culo. Ese era su principal objetivo. Cuando entraba en el ascensor, siempre se ponía detrás de mí, yo intentaba evitar esas miradas pegando mi culo contra la pared. No podía evitar de alguna forma sentirme nerviosa con esos ojos fijos en mi trasero, pero mis nervios tenían cada vez más que ver con la excitación que provocaba en mí que por rubor o timidez. Más de una vez me imaginaba que el ascensor se estropeaba y como en las películas, Pablo y yo acabábamos haciendo el amor en él.


Cuando había gente, Pablo se acercaba a mí y se pegaba contra mi cuerpo. Me pedía disculpas, pero yo sentía que el espacio en el ascensor era más holgado del que él me hacía creer. Sentía en mis nalgas su deseo, su pene en erección. Yo, al principio, intentaba esquivar ese contacto que Pablo me regalaba de forma furtiva entre la gente, pero de alguna forma, me acostumbré tanto a él que empecé a hacerme adicta a su cercana presencia. Así que, pasadas unas semanas, ya no sólo era él el que se apretaba contra mí. Mi culo ansiaba de su contacto, así que forzaba la postura, metía mi abdomen y acercaba mi trasero en busca de su calor. Al principio, él no percibió mi cambio, quizás fruto de la casualidad, pensaría él. Lo cierto es que, de los primeros contactos tímidos, pasamos a frotarnos el uno al otro a conciencia y con alevosía. Disimuladamente, yo movía con lentitud calculada mi culo de izquierda a derecha mientras él hacía movimientos verticales hacia arriba y hacia abajo con su pene como centro de la operación. Estábamos perfectamente sincronizados, era una danza silenciosa y placentera. Nada nos decíamos fuera del ascensor, ninguna referencia a nuestros juegos, a nuestros contactos. El resto del tiempo, mi culo desaparecía para él y mi mente se olvidaba del roce de su pubis contra mis nalgas.


Aquel día de verano, volví a coincidir, como era habitual, con Pablo en el ascensor. Estábamos solos. Nuestro viaje hasta la planta doce no acababa más que comenzar. Pablo se acercó a mí, por detrás, como siempre que el ascensor estaba abarrotado de gente. Pero allí no había nadie. Sólo él y yo. Volvió a apretar su pelvis contra mi culo. Yo no puse impedimentos, al contrario, apreté mi culo contra él con deseo y necesidad. El aire acondicionado del ascensor funcionaba a pleno rendimiento, pero a pesar de ello, el calor era sofocante. Iniciamos nuestra particular danza del ascensor, yo de izquierda a derecha y él, de abajo a arriba. Un gesto de Pablo me sorprendió, o quizás no: detuvo la marcha del ascensor con el botón de emergencia. Y allí estábamos los dos, él, hambriento de mi culo, yo hambrienta de su polla. Subió las faldas de mi vestido y con un gesto rápido, me empujó contra uno de los laterales del ascensor. Notaba su aliento caliente en mi cuello, oía su respiración agitada, que era copia de la mía. Bajó mi tanga, que ya empezaba a estar más húmedo que la saliva que empecé a saborear de su lengua con la mía. Pablo se recreó durante unos segundos con la visión de mi culo. Yo estaba semi agachada, a su merced, apoyándome en la pared del ascensor para no caerme. Su mano caliente recorrió por completo mi trasero. Mi almeja encendida que clamaba por un roce se vio recompensada al sentir el peso de su mano, el movimiento de sus dedos ligeramente húmedos del calor que exhalaba de su cuerpo. Las primeras caricias fueron el comienzo, pero Pablo quería sentir el sonido de su mano en él y me propinó dos sonoros azotes. Mi culo ardió, se encendió con el placentero castigo, yo no lo consideré como tal, dado que incluso deseaba más. No me atreví a pedírselos. Sacó su verga y la sentí entre mis piernas. Pero él no quería mi sexo, quería mi culo y fue directo a él, sabiendo lo que se hacía. Extendió los abundantes fluidos que manaban de mi interior por todo mi sexo y metió sus dedos en mi trasero para lubricarlo ante la cercana presencia de su miembro. No tardó en iniciar la aproximación. Yo no pude evitar excitarme aún más si cabe al intuir sus intenciones. Empujó una y otra vez hasta abrirme por completo. Penetró mi culo hasta el fondo, hasta que no quedó un ápice de su miembro fuera de él. Yo apenas podía moverme, intentaba a duras penas sostenerme, no caerme, era tal el placer que sentía, que no era dueña de mí misma. Sus embistes eran acompañados con nuevos azotes, la piel me ardía, sabía que mi culo estaría ya encarnado, me daba igual, resultaban gozosos. Sentía que mi piel se cubría de sudor. Los gemidos que ambos emitíamos se alternaban con las palabras y frases supuestamente soeces que él me dedicaba. Eran excitantes y morbosas. Follar con Pablo en el ascensor era de putas, claro que sí, no me avergonzaba de ello, al contrario. Apenas aguanté sus embistes, me dejé ir enseguida, mis palpitaciones contrajeron rítmicamente mi culo, mientras él, notando mis apreturas se deshacía en un orgasmo, inundando aquella zona oscura por completo con su leche.


Descansamos y nos recompusimos la ropa. Pablo volvió a dar el botón del ascensor y éste comenzó a subir de nuevo. Llegamos a nuestra planta y nos despedimos con una mirada. Nuestros viajes en el ascensor continuaron y en más de una ocasión, las vacaciones de verano del resto de nuestros compañeros ampararon nuestros solitarios encuentros en el ascensor, que de día en día iban resultando cada vez más salvajes y placenteros…

Entrevista a Juan Rulfo

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Juan Rulfo 

Joaquín Soler Serrano entrevista al escritor y fotógrafo mexicano Juan Rulfo en una edición del programa A fondo emitida el 17 de abril de 1977. Rulfo murió en la capital mexicana el 7 de enero de 1986.






GRAFFITI CUENTO DE JULIO CORTAZAR


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Julio Cortázar 
Graffiti


A Antoni Tàpies




Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote en seguida.


Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término grafitti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir a la llegada del camión municipal y a los insultos inútiles de los empleados mientras borraban los dibujos. Poco les importaba que no fueran dibujos políticos, la prohibición abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de que lado estaba verdaderamente el miedo; quizás por eso te divertía dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo.


Nunca habías corrido peligro porque sabías elegir bien, y en el tiempo que transcurría hasta que llegaban los camiones de limpieza se abría para vos algo como un espacio más limpio donde casi cabía la esperanza. Mirando desde lejos tu dibujo podías ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rápida composición abstracta en dos colores, un perfil de pájaro o dos figuras enlazadas. Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A mí también me duele. No duró dos horas, y esta vez la policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente seguiste haciendo dibujos.


Cuando el otro apareció al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se volvía doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la cárcel o algo peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podías probártelo, había algo diferente y mejor que las pruebas más rotundas: un trazo, una predilección por las tizas cálidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te imaginaste por compensación; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que fuera la única vez, casi te delataste cuando ella volvió a dibujar al lado de otro dibujo tuyo, unas ganas de reír, de quedarte ahí delante como si los policías fueran ciegos o idiotas.


Empezó un tiempo diferente, más sigiloso, más bello y amenazante a la vez. Descuidando tu empleo salías en cualquier momento con la esperanza de sorprenderla, elegiste para tus dibujos esas calles que podías recorrer de un solo rápido itinerario; volviste al alba, al anochecer, a las tres de la mañana. Fue un tiempo de contradicción insoportable, la decepción de encontrar un nuevo dibujo de ella junto a alguno de los tuyos y la calle vacía, y la de no encontrar nada y sentir la calle aún más vacía. Una noche viste su primer dibujo solo; lo había hecho con tizas rojas y azules en una puerta de garage, aprovechando la textura de las maderas carcomidas y las cabezas de los clavos. Era más que nunca ella, el trazo, los colores, pero además sentiste que ese dibujo valía como un pedido o una interrogación, una manera de llamarte. Volviste al alba, después que las patrullas relegaron en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rápido paisaje con velas y tajamares; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de líneas al azar, pero ella sabría mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policías, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.


Casi en seguida se te ocurrió que ella buscaría una respuesta, que volvería a su dibujo como vos volvías ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor después de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garage, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas mujeres que iban y venían podía ser ella. Al amanecer del segundo día elegiste un paredón gris y dibujaste un triángulo blanco rodeado de manchas como hojas de roble; desde el mismo café de la esquina podías ver el paredón (ya habían limpiado la puerta del garage y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazándote de un sitio a otro, comprando mínimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la atención. Ya era noche cerrada cuando oíste la sirena y los proyectores te barrieron los ojos. Había un confuso amontonamiento junto al paredón, corriste contra toda sensatez y sólo te ayudó el azar de un auto dando vuelta a la esquina y frenando al ver el carro celular, su bulto te protegió y viste la lucha, un pelo negro tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, la visión entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se la llevaran.


Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de tu dibujo en el paredón gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su boca, ella así en ese dibujo truncado que los policías habían borroneado antes de llevársela; quedaba lo bastante como para comprender que había querido responder a tu triángulo con otra figura, un círculo o acaso un espiral, una forma llena y hermosa, algo como un sí o un siempre o un ahora.


Lo sabías muy bien, te sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que estaría sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvían a ver a uno que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayoría se perdieran en ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Lo sabías de sobra, esa noche la ginebra no te ayudaría más a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de perderte en la borrachera y en el llanto.


Sí, pero los días pasaban y ya no sabías vivir de otra manera. Volviste a abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las paredes y las puertas donde ella y vos habían dibujado. Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un mes después te levantaste al amanecer y volviste a la calle del garage. No había patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te miró cauteloso desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, allí donde ella había dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un óvalo que era también tu boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera afelpada, al refugio de una pila de cajones vacíos; un borracho vacilante se acercó canturreando, quiso patear al gato y cayó boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habías dormido en mucho tiempo.


Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía. Volviste al mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en los suburbios (habías escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo había visto a lo largo del día. Esperaste hasta las tres de la mañana para regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos descubriste otro dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras. Algo tenía que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no había ningún espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche para hacer otros dibujos.

Poesía de Abigael Bohórquez

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Abigael Bohórquez 



 Di lo que amo (1976)

PRIMERA CEREMONIA


primaverizo yaces,
deleital y ternúrico,
y nadie es como tú, cervatillo matutinal,
silvestrecido y leve.
aparentas dormir
y una sonrisa esplende tus pupilas;
quedo sin mí.
tu veranideces,
cuando mis manos desdoblan su pobreza
y tocan tus cabellos dóciles, como el agua
y me tiendo a tu lado.
desnudo te descubres; desnudo estoy allí;
suspenso, trémulo,
desamparado como la noche del misérrimo,
ayuno y mórbido:
qué puedo hacer, enceguecido y mudo,
atado de estupor,
maravillado?
mantienes tu mirada fresca y feroz,
sedienta de antemano;
resplandeciente en la devoradora oscuridad:
tu sexo,
húmedo, cálidamente eléctrico, madero victorioso,
con el recuerdo herido todavía
de la primera masturbación y el receloso orgasmo,
y tus labios suntuosos
temblando un hálito que ya no necesita
el niño aquel que era,
y tu cuello miro que pulsa las cuerdas
del corazón, no sé si el tuyo, el mío,
y ninguna palabra pronunciamos,
ninguna a mi favor;
no hay gracia para mí.

deja que diga no tu pecho núbil,
duro lugar de la salud,
marejada que nadie detendrá,
retén su amor, su odio;
tu modo de ser tú casi me lame,
calor de perro, ojos de ganso, hermano de caballos;
me viene encima tu sazón,
la rotación novicia de tu ombligo,
tu almíbar de estar hecho
veloz, inmóvil, lento, prensil, inapresable;
tiendo una mano: existes:
tus muslos, golpe a golpe, se separan,
se encuentran, se encajan, se unifican,
se hace una brecha ardiente en el revuelo
de la sábana;
no hay piedad para mí.
tus dientes caen, degüellan,
rindo el sentido.
tómame.
deshónrate, sométeme, contrístate, obedéceme,
enloquece, avergüénzate, desúnete, arrodíllate,
violéntame, vuelve otra vez, apártate, regresa,
miserable, amor mío, lagarto, imbécil, maravilla,
precipítate, aúlla.

de pronto, tú, el relámpago,
abierto, florecido, restallante,
arriba, abajo, encima, ¿dónde?,
hiendes la oscuridad
y adentro:


llueves.

EL CUENTO DE CAPERUCITA ROJA


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CAPERUCITA ROJA



Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
    Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
    Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
    De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.
- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
    Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
    Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
    El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.
    La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
    Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
    El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
    Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.     
    En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.

FIN

Entrevista a Auténtica Poesía

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ENTREVISTA A LOS MIEMBROS DE 
Por Pablo M. Antúnez

Para conocer un poco acerca de esta iniciativa, se presenta un texto introductorio tomado de la página principal de auténtica poesía.


En estos últimos tiempos la auténtica poesía se está viendo amenazada y desplazada por un arte literario que muchos lo llaman de igual manera. En realidad es lo que siempre se ha conocido como prosa poética, que al ser plasmada en la escritura de forma pícara e interesada, imitando la forma con que se escribe la verdadera poesía, dan lugar a que muchos que desconocen o prescinden de las reglas de la poesía, estén pasando en estos tiempos por poetas; ellos así se lo creen y la sociedad, en preocupante cantidad, así se lo acepta.

Surge esta página con la intención de poner de manifiesto y defender a la auténtica poesía, la cual se compone a base de versos y estos están dotados de unas determinadas métricas y rimas; todo lo contrario de su rival que no es otra cosa que "versos libres de rima blanca" o sea: prosa poética ('prosía'). 

No habría necesidad de poner el apellido de auténtica a la palabra poesía si no fuera porque cada día más, la prosa poética está adoptando su nombre de forma fraudulenta.

Siempre ha sido dificultoso ponerse a trazar la frontera de dos conceptos contiguos; pero no es tan difícil ponerse de acuerdo con lo que es la poesía auténtica y lo que es la prosa poética. En cuanto a estos dos conceptos no existe un claro acuerdo entre muchos de los que tendrían que saber diferenciar claramente estas dos bellas artes literarias. Se podría decir que "no toman partido".

Cuando queremos escribir la auténtica poesía sometiéndonos al dimensionado armonioso de sus versos, al ritmo cuidado de sus rimas, y a agrupar los versos en estrofas, siempre será mucho más dificultoso que el plasmar los mismos pensamientos bajo el estilo muchísimo más libre de la prosa poética. Y a veces —¡por qué dudarlo!— algunas prosas poéticas pueden llegar a superar en calidad a algunas poesías.

La rima y la medida de los versos son la trama y la urdimbre para elaborar el tejido de toda poesía. Si al verso le damos un dimensionado disformal o caprichoso, que no guarde relación con los demás versos, y le privamos del ritmo y la sonoridad de la rima, el resultado nunca debiera ser denominado como poesía.

Podemos escribir prosa poética haciendo cada renglón de un lado al otro de la escritura, pero no podemos hacer lo mismo con la poesía auténtica ya que el 'renglón' de su escritura ha de coincidir con el dimensionado del verso, para indicar el sitio donde se produce el ritmo y la sonoridad en su lectura.

La vida actual nos empuja a que todo sea más sencillo, de mínimo esfuerzo pero de gran eficacia, —mucho más rentable—, y así es como la prosa poética camuflada de poesía ('prosía') se está imponiendo en muchos sitios por ser su producción mucho más sencilla y prolífica que la auténtica poesía con todos sus aderezos.

¡Qué le vamos a hacer!
Hay otras adulteraciones y usurpaciones más peligrosas, quizás, que esta de dar 'prosía' por poesía. Pero comprende, amable lector, que alguien tenía que poner el dedo en la llaga para intentar desfacer este entuerto.
-AUTÉNTICA POESÍA-




1.- ¿La iniciativa Auténtica poesía, surge como una necesidad, un placer, o por qué?


Surgió como la necesidad de atajar el deterioro que el concepto “poesía” estaba sufriendo por culpa del auge de lo que —aunque se le llama igual— no es otra cosa que la prosa poética o coloquialmente y jocosamente hablando llamamos “prosía”.


2.- La poesía rimada y medida, ¿tiene vigencia y puede seducir a los lectores del año 2012? ¿o por qué seguir apostando por la poesía ortodoxa?

La poesía ortodoxa, como todo arte supremo, no puede morir ni ser arrinconada. Mucho menos, ser suplantado su buen nombre por otro arte literario vecino.


4.- ¿Qué opinión tienen de las vertientes actuales de la poesía en el idioma español?


Como muchas cosas de la vida moderna, esas vertientes obedecen también a la “productividad”, ese deseo de hacer más prolífica la producción y el consumo de lo que se denomina fraudulentamente “poesía”.


6.- Esta iniciativa, ¿puede de alguna forma reivindicar el concepto de la poesía en estos tiempos? ¿por qué?


De manera modestísima, esta iniciativa sólo pretende restituir el buen nombre de la poesía y distinguirlo de lo que es prosa poética y así quedar a bien con nuestra conciencia.


3.- Después de siglos, ¿es probable que regrese la auténtica poesía y ocupe el lugar que algún tiempo le perteneció?

No hace ni un siglo aún que viene ocurriendo este fenómeno de la suplantación y el desplazamiento de la auténtica poesía. Nada será igual en el futuro que lo que fue la poesía surgida en el Siglo de Oro español, pero a nosotros sólo nos mueve el ánimo de poner cada cosa en su sitio de forma clara y diferenciada.


7.- ¿Existe algún plan estratégico para rescatar la auténtica poesía y que tenga mayor presencia en los tiempos venideros?

No nos consta. Toda la necesaria defensa de la auténtica poesía sería más eficaz si se implicaran en ella los estudiosos y eruditos en las artes literarias.


8.- ¿cómo ven los lectores, los editores, los críticos, el mercado y la sociedad en general?


Después del esplendor que ha tenido y está teniendo la mal llamada “poesía” se empiezan a notar algunas señales que nos indican que se empieza a dirigir la mirada a todo lo que representa la poesía auténtica.


9.- ¿Es exigente la sociedad actual en los gustos poéticos?


La sociedad siempre suele ser el reflejo de los poderes que la conducen, la guían y la manipulan, y es muy difícil pronunciarse por cuál es lo genuino de sus preferencias.


9.- ¿Qué sigue?

Un futurible impreciso.


Arte, literatura y algo más agradece esta entrevista.
Muchas gracias también desde este humilde rincón de la Auténtica Poesía.


Algunos poemas publicados en este blog: :http://wwwpabloantunez.blogspot.com/2012/01/la-poesia-con-rima-y-metrica-aun.html


Página web de auténtica poesía:
http://www.oocities.org/es/autenticapoesias/index.html