El crepúsculo de las calles rotas


  El  CREPÚSCULO DE LAS CALLES ROTAS



©Armando E. Rosas Meza (Durango, México)




Una calle pavimentada en el crepúsculo (André Helluin)
Varias fueron las miserias de su reflejo apócrifo, que relataban la mueca de sus años idos por el medio día pletórico de tibiezas y desvaríos, ahora enmohecidos en un rostro de tarde moribunda y con arrugas.
El espejo discrepaba de lo que él hubiera esperado. El segundo de la vida había caminado por sus deseos y por su cuerpo, destrozando aquella esperanza que tenia matices de juventud y destiempo.
La llama de un sol rojo vibró por toda su conciencia, en tanto aquellas ojeras de ojos seniles clamaron por las ahora lejanas épocas.
El mañana vino por lo que ya era. Así fue que recorrió el futuro de la tarde, adormilado en el presente. No se había roto la línea del tiempo, tal vez la línea había cruzado por el tiempo roto.
Las calles aparecieron lejanas en el espejo, tan lejanas como la cercanía de su conciencia que de pronto las pudo vislumbrar con claridad. Sintió que avanzaba por el espejo entre la amplitud de las banquetas que solitarias murmuraban con los pasos que debieron haberse caminado en otras épocas y que tal vez faltaban por caminarse. Se fueron viniendo entre la soledad indiferente que golpeaba su sensibilidad, en tanto la calle se partía a la mitad.
Aquella ranura se dibujó como una línea quebradiza tenue. Al acercar su conciencia esta comenzó a ensancharse mientras él trataba de mantenerse equilibrado en ambos extremos; pronto fue imposible gracias al crecimiento inexorable de la cavidad, hasta que llegó el momento en el que ya era una temible apertura con un cauce hasta donde alcanzaba a distinguirse, en la que él había quedado en uno de los extremos mirando hacia abajo. El fondo de aquella cavidad se llenó de niebla al crecer en profundidad.
Sin ninguna explicación, de pronto se vio colgando de la angustia en aquella pared lateral. Entonces quiso asirse a la vida con las garras de los recuerdos, aquellos que aparecieron desde varias facetas de realidades fortuitas.
La primera llegó envuelta en satisfacción, aquella que había alimentado sus sueños y su cuerpo, al asirse a un pezón mientras succionaba abrazado al cuerpo de su madre inmerso en una ternura indescriptible que parecía volverse eterna.
Pero la angustia de la muerte lo volvió al dolor de los músculos que pendían de aquella pared. La niebla comenzó a desaparecer mientras se elevaba, entonces se vino la segunda hecha de palabras tenues como escritos flotantes que lo envolvieron junto con ella.
¡Vamos!     -Cuenta que has visto hoy.
-He visto en el bosque un fauno que tañía la flauta…
Tres sirenas en las olas…
Los hombres lo amaban porque les contaba historias.
Una mañana en la orilla del mar vio tres sirenas, luego en el bosque encontró un fauno que tañía la flauta.
Ese atardecer volvió a la aldea y le dijeron.
-¡Vamos!     Cuenta  ¿Qué has visto?
Él contestó:
-No he visto nada.
Aquella reflexión se volvió nostalgia que lo volvió al dolor y al miedo por la vida, a pesar de lo gratificante que había sido la literatura en la mayor parte de sus días. Ahí apareció la tercera de aquellas facetas con unos ojos que miraban la eternidad, atrapándolo paulatinamente en su antigua ternura, bajo su manto otros ojos se clavaron en todos sus sentimientos mientras comenzó a cantar por la vida, aquello tan indescriptible como lo era el nacimiento de la sangre de su sangre.
 La realidad traspasó aquella barrera de dimensión infinita. Ahora el dolor de la vida y de la muerte se volvería insoportable, ya nada detendría la satisfacción por la búsqueda de la eternidad.
 Fue entonces que su reflejo me atrapó y me arrojé al crepúsculo del espejo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no se puede leer

Anónimo dijo...

no se puede leer