Un Cuento de Leticia Salazar



SALVIDA SALVA LA VIDA

|Leticia Salazar
(Durango, México)


Entró al pueblo a vuelta de rueda en su antiguo sedán, cruzó por la calle lateral y de inmediato un presentimiento le alteró los latidos. Ciertamente era un pueblo tranquilo, pero veinte años de vendedora en rancherías aledañas a los municipios, le habían agudizado el sexto sentido para advertir las desgracias, y algo no andaba bien en la Constancia: había un airecito melancólico circulando las calles terrosas y hondonadas.
-Doña Clara, ¿por qué tanta campanada, qué sucede?
Tenemos difunto –contestó la mujer embozada sin dejar de caminar.
-¡No me diga! ¿Y quién se murió?
Bueno, no se murió, lo atropellaron
-¡Dios Santo! ¿Cómo sucedió?
Pos con una camioneta, siñora.
-¡Por Dios, Clarita!, ¿y quién fue el atropellado?
-Dirá el muertito, porque con el atropello se murió
-Entiendo
-Pobrecito, ¡nomás viera cómo quedó! ¡Todo muertito!
-Y me imagino ¿y quién fue?
-Pos ni se sabe, dicen que arrancó dejándolo ahí nomás.
-No, el atropellado, ¿a quién atropellaron?
-Fue una pena, doña Marina, bueno que era. –y mientras intentaba averiguar el nombre del difunto, algo en su interior le adelantaba la respuesta. Esto la llevó a recordar el largo proceso de la curación de don Jacinto. Esa vez iban tres colegas, pues la Constancia distaba dos horas de la capital y las vendedoras procuraban acompañarse. Encontraron al viejo sentado en la puerta de su casa; el vendaje en una pierna les advirtió del posible cliente, así que Marina detuvo su sedán frente al anciano mientras le preguntaba: -¿Qué le pasa en la pierna señor? El hombre, cubriéndose el rostro del sol para cerciorarse de que era a él a quién le hablaban desde un carro tan bonito, contestó: -pos unas heridas que no cierran, señorita.
- ¿Nos permite revisarlo?, a lo mejor podemos curarlo.
-Lo dudo, señorita, ya ni los dotores pueden hacer nada; dicen que me van a mochar la pierna porque ya no tengo remedio.
-Bueno, pero nada se pierde si nos permite revisarlo, traemos unos productos que son milagrosos para las úlceras, cómo ve, ¿podemos ver su pierna?
-Pos si quere vela, pero ´stamos re pobres, señorita; no tengo pa´ pagarle. Como ya ni caminar puedo, mis animalitos andan sueltos y se han perdido varios, ya mijo se va venir del norte pa´ ayudarme.
-No se preocupe, no le costará nada. –Las tres elegantes mujeres bajaron del coche y se dispusieron a revisar la herida del anciano. De inmediato, Marina comprendió lo grave de la enfermedad, pero no era mujer que se diera por vencida “Lo podemos curar”, dijo a sus compañeras, quienes negaron con la cabeza e intentaron convencer a su amiga de que el problema del anciano era caso perdido. Mas ante el pesimismo de sus compañeras, Marina fue al carro y trajo la maleta repleta de productos “Salvida”, pidió al viejo entraran a la casa, donde lo sentó sobre la cama y empezó la curación. Varias maniobras con distintos medicamentos completaron el proceso; finalmente vendó la herida, antes purulenta y sangrante, diciendo al viejo: Si hace todo lo que yo le diga, con la ayuda de Dios no le cortarán la pierna. ¿Desde cuándo está enfermo? –Pos desde la diabetis, señorita, y tamién me está dejando ciego. -Entonces le daré otra medicina para que mejore de su vista.
En la ciudad, entre las vendedoras de Salvida, gracias a las compañeras de Marina, la compañía pronto se supo sobre la curación que Marina estaba llevando a cabo; los comentarios llegaron a la Directora, de ahí pasaron a la Dirección General ubicada en la capital del país. Así pues, pidieron a Marina fotografías para certificar su hazaña, fotografías que ella solía tomar con la cámara de su celular aplicando el método mercadotecnia de: “Antes y después”; con más razón si se trataba de una herida visible. De este modo, en el siguiente catálogo promocional que aparecía cada trimestre, apareció la imagen de Marina aplicando ungüentos en la herida de don Jacinto, sin faltar el famoso lema de la Compañía “Salvida salva la vida”. Marina fue reconocida en la Compañía otorgándole una gratificación de cien mil pesos y un viaje a la playa de su elección, sólo debía demostrar que el anciano estaba curado y luego llevarlo a la ciudad a una entrevista donde el viejo daría su testimonio, y así, hacerle promoción a los productos, Salvida. Y Salvida, o Marina, o Dios, o lo que haya sido, hicieron el milagro: don Jacinto sanó completamente dejando incrédulos incluso a los médicos, listos ya para amputarle la pierna. Don Jacinto regresó a cuidar de su ganado montado a caballo; cuando su hijo regresó de los estados Unidos para hacerse cargo del pequeño patrimonio, semanas después se regresó dejando a su padre listo para continuar trabajando.
Marina, alegando que sería su forma de pagarle, convenció a don Jacinto de ir a la ciudad y decir que los productos Salvida, eran milagrosos, pues habían evitado que le mocharan una pierna y quedara ciego por la diabetes. Quedó acordado el día y la hora para que Marina fuera por don Jacinto a su pueblo y llevarlo a la ciudad. Pero un siniestro se presentía cuando la vendedora llegó a la Constancia: Las campanas doblaban y, según decía Clarita, otra de las pacientes de Marina ya controlada de alta presión, con los productos Salvida, el difunto había muerto atropellado, y sólo faltaba escuchar el nombre del mismo. Inconscientemente, Marina dijo adiós a los cien mil pesos y al viaje a Cancún que la Compañía le había ofrecido.
-Quién fue el que murió atropellado Clarita, dígame quién.
-Por don Abundio, señorita Marina, figúrese que el de la camioneta lo remató y se jue del pueblo juyendo sin decir nada. -La vendedora sintió regresar sus ilusiones. “Bueno, por lo menos don Jacinto está esperándome en su casa”, se dijo. –Que Dios los persone a los dos, Clarita. Bueno yo tengo que llegar a casa de don Jacinto.
-Pos no lo va encontrar.
-Cómo, por qué, Clarita, ¿está con el difunto?
-Cómo creé, señorita Marina, por si el jue el que mató a don Abundio.
-¡Dios Santo! Cómo sucedió, si él ni tiene camioneta ni sabe manejar.
-Pos no, pero ´ora que vino el hijo le traj´una, dizque por el gusto de verlo curao; y pos ahí tiene que aprendió a caminarla, ya ni caso li´zo a la milpa ni a las vacas por andar de vago, volvió a las cantinas y a la jugada. No, pos si antes de enfermarse era canijo, hasta otra mujer tenía. – A Marina le costaba trabajo escuchar las palabras de la mujer.
-¿Entonces no se sabe dónde está don Jacinto?
-Pos no, y naiden piensa que vuelva, con tantos hijos como tiene Abundio, no lo dejarían vivo.
-Pero fue un accidente, dijo Marina, todavía con una pizca de esperanza.
Pos ni crea, entre´llos tenían pleito; las gentes que vieron, dicen que Jacinto lo atropelló con mala entraña; como venganza, ¿sabe? Y ya me sigo señorita Marina, si no, no alcanzo al muertito pa´irlo a enterrar. Era compadre de mija, ¿sabe?
La vendedora dio vuelta al volante y regresó por donde había llegado.


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