PERROS DE LUZ

ALA + Presenta con agrado un texto de  Jesús Marín 

Perros de luz

 Jesús Marín
[Durango, México]


¿Esperas que una mujer venga a salvarte? Bendita inocencia de hombre. ¿Quieres renacer de nuevo en su vientre? Cada vez el mundo es jodidamente más lejano. Y son menos los muslos que se te abren. Y las mujeres igual de solas que tú. Igual de perras que siempre. Perros ciegos nosotros dando mordiscos a la nada. El amor es una pendejada para morir engañado. Nadie está a salvo en ninguna parte. No existe ninguna parte.

Los pasos de la muerte se escuchan mejor cuando el mundo se ha rendido, cuando la sangre ya no fluye. Miras el rectángulo de luz, cerrándose, oyes sin oír los gemidos de tu alma. Quisieras que todo hubiera acabado, pero la maldita sed no cesa. La nostalgia es una daga cruel. Lo único que importa es sobrevivir una noche más. Ya vendrán otros a sustituirte.
Uno no puede renunciar a lo que es, lo lleva en lo sagrado de los huesos, en lo amarillo de los ojos. Uno no puede dejar de ser un viejo lobo prematuro, derrotado por cándidas caperuzas, por sirenas descontinuadas. Y aunque bebas en vasos de cristal siempre vas a terminar aferrado al cuello de oscuras cahuamas, con la baba humeante y caídas en rancios precipicios, con los sueños ahogados en latexs, esperando por un segunda oportunidad, nunca dejaras de ser un perdedor, un jodido perdedor que se cree un héroe, cierto Looser es un bella palabra, invento gringo para hacer la poesía un negocio rentable, volver respetables a borrachos malolientes. Y la única poesía es todo lo que se tiene para enfrentar la puta derrota. Cierto, a la medianoche cualquier cerveza es religión, cualquier mujer se vuelve indispensable, lo que importa es seguir ladrando, seguir mordiendo sin rendirse. Dar la pelea hasta el último ladrido. Morirse de rabia es preferible a morirse de piedad. Sigue ladrando,¡ oh perro de luz ! Aún nos queda cerveza. Aún nos queda algo de semen. Y un gramo de fe para desperdiciarla en otra noche lejos de ella. Lejos de su carne y del sabor de su alma.

Me gusta viajar en camiones. Ver pasar por la ventanilla infinidad de paisajes. Árboles infinitesimales. Casas habitadas por hombres con sus pequeñas historias, Viajar sin detenerse. Excepto para recargar la hielera de cerveza. Excepto para una buena meada. Viajar sin hogar ni destino. Huir de la muerte y sus complejos. Escuchando al viejo Mozart. Bebiendo la cerveza como si fuera penitencia, ¿así quién necesita de Dios? A quién le hace falta una mujer cuando puedes volar sin ellas. Mirar la carretera, la delgada línea amarilla te dice qué hacer, te señala a donde ir. Cierra los ojos. Mete a fondo el pedal hasta que te duelan los dientes. Y luego beber más cerveza. Dios cada vez es un punto más pequeño en el horizonte.
Hay algo de magia en dormir en cuartos descarapelados. En moteles de cien pesos la noche. En camas parchadas de sábanas percudidas. Es como formar parte de añejas historias. Cuánta sangre y sudor no habrá en esa vieja cama. Qué historias podrían cantar las viejas paredes del hotel. Y ese enorme espejo, empotrado en la pared al costado de tu cama. Gritando lo feo que eres. Lo derrotado que estás. A quién le hace falta sus verdades. Qué dios es capaz de escupir así. Putos todos. Puto tú, puto yo, puto el mundo. Y a la puerta la aseguras por dentro con lo que halles. Como si tuvieras algo que te pudieran robar, como si las mujeres y la vida no se hubieran encargado ya de ti, Con una vieja silla apalancas la puerta, al menos esta noche tienes donde dejar caer el esqueleto, donde dormir sin miedo a soñar. Miras el desgastado letrero de precios y servicios, pegado a espaldas de la puerta: treinta y cinco pesos por condones, quince por diminutas cervezas, ¿Cuánto por un trago de aliento? Por unos gramos de valentía. Y grabados en las paredes los nombres de otros, de las otras, perros y perras, muertos y muertas, tan vivos en esa pared, a salvo del olvido, que antes que tú, visitaron el cementerio de sus cuerpos, Prendes la televisión desde un control adosado en la pared ,miras más que escuchar la voz de la locutora. Das un trago de cerveza. Otra noche más que soportar, ojalá tuvieras algo qué ofrecer. De qué te sirven los títulos obtenidos. Los rezos de tu madre muerta. Aquella primera morra que te entregó su quinto, si acabaste en el fondo, en el hotel de las nostalgias, bebiendo cerveza, la única perra que nunca te ha traicionado. ahora la única ambición es tener cahuamas de esta noche, cahuamas como gusanos carcomiéndote las extrañas, lacerando lo que te queda de tu hígado, chingue a su madre el mundo y puto el que no chupe. De nada te sirvieron los consejos de tu viejo. Ni el ejemplo de tu abuelo que fue militar. Cuando naces con la sangre envenenada ni Dios padre puede salvarte. Ni las manos milagrosas de mujer pudieron evitar tu destino. Nacido para ladrarle al viento. Para ahogarse en su vómito una noche que casi esta cerca, seguir chupando hasta reventar. Llenar estos ojos de golondrinas muertas. Y ese corazón de naufragios. Beber hasta que la vida implore. Te fuiste ese viernes pequeña perra. Me cambiaste por un gato, no supe qué decir. El tiene siete vidas yo una, y te pertenece. Espero que el gato sepa ronronear mejor que yo. Y nada fue diferente de lo que ha sido. Lo sé, simplemente lo sé. A veces he querido regresar al hotel, lugar donde nos despedimos. Pero hubo algo en la historia que estuvo mal…

  Eres lo más cercano a un hombre que he tenido, me dijo mientras se ajustaba las medias. Fue entonces cuando lo supe, la amaba. Y se fue dejándome mil pesos menos en la cartera. Es viernes y lo único que tengo es una vieja película que he visto mil veces, el hombre que cae doblado por la nostalgia y la cerveza que dura tan poco y la voz de ella pidiéndole: hey Sam, tócala de nuevo, por los viejos tiempos. Chingao y aún hace tanto frío aquí dentro.

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