Construir ciudadanía, recuperar la esperanza: Javier Sicilia

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Javier Sicilia

Por José Ángel Leyva


Fuente: Esta entrevista fue publicada por primera vez en la revista UIC, de la Universidad Intercontinental en su número 24, de abril del 2012, posteriormente en Revista La otra, abril de 2012

Construir ciudadanía, recuperar la esperanza.


Es 31 de enero de 2012; la noche de ayer se hizo el lanzamiento de la campaña “En los zapatos del otro”, del grupo El Grito Más Fuerte, compuesto en su mayoría por artistas mexicanos famosos. Su propósito consiste en crear conciencia acerca de ese otro que forma parte de un nosotros; lo que le suceda al vecino es un problema común, un asunto ciudadano. Romper con la cultura de la indolencia y el individualismo feroz para impedir que la tragedia nos alcance a todos es su objetivo. Esa campaña es una acción del “Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad” (mpjd) que encabeza el poeta Javier Sicilia, quien ha concedido esta conversación para la Revistauic, a propósito del tema que define este número: ciudadanos, líderes y caudillos. Javier se muestra fatigado tras una larga faena y una acumulación de desgaste anímico, pero se reanima cuando comienza la entrevista y tocamos puntos que mueven su interés.


Como líder de opinión, como periodista y escritor, y ahora como líder social, moral de la sociedad mexicana, ¿qué percepción tienes de nuestra ciudadanía? ¿Qué opinas de una democracia que funciona con decenas de millones de analfabetas y de pobres en condiciones de miseria y un sistema de partidos como el que nos gobierna?


Este país tiene sectores ciudadanos, pero la gran mayoría carece de conciencia ciudadana. La historia de esta ausencia de ciudadanía se remonta a la forma como nos gobernó el pri durante tantos decenios. Un ejercicio del poder contra los ciudadanos y con la cooptación de los medios de comunicación. Luego vino la oportunidad de la transición democrática de construir ciudadanía, pero esa oportunidad se canceló cuando no se hicieron las reformas democráticas que necesitaba el Estado y tampoco hubo reforma de medios, que siguen siendo monopólicos. Televisa y tv Azteca no construyen ciudadanía, no construyen nada; continúan la consigna de Emilio Azcárraga Milmo de hacer contenidos para divertir a los jodidos y mantener en estado de embrutecimiento, de imbecilidad a los televidentes. A ello debemos agregar los millones de analfabetas y los millones de pobres al margen de la lectura. Estamos en un estado de indefensión ciudadana, porque la participación se ciñe a un círculo rojo de personas que leen y opinan, y no pasa del 15 por ciento de la población. La fracción de ese porcentaje que se burló hasta el cansancio de la ignorancia de Peña Nieto en la Feria del Libro de Guadalajara no permea a las grandes masas, para quienes la virtud o la condición lectora de un gobernante no significan nada.
La indefensión ciudadana se evidencia en las cifras de personas asesinadas en este sexenio, sean las oficiales, más conservadoras, de 47 300, o las que yo conozco de los especialistas, como las de un investigador forense de la Universidad de San Francisco que me habla de 63 700. Además de 20 mil desaparecidos y más de 50 mil desplazados. Ni siquiera hay cifras confiables, pero son descomunales. Lo peor es que las calles no están repletas de indignación. Eso habla de un vacío ciudadano, de la indefensión en la que está inmerso el país.




Hace unos días tú insistías en que debemos trabajar sin descanso para salvar al país. La pregunta es ¿cómo?




Creo que presionando, como lo hace el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad —esa fracción ciudadana, consciente de su papel en la vida política y social del país. Una muestra de esa fuerza ciudadana, de reserva moral, se dio con la Marcha Nacional por la Paz y la Justicia, del 8 de mayo del 2011. No alcanzo a entender qué ocurre con esa fracción ciudadana que se manifiesta y luego se apaga, se dispersa. Los pleitos terminan destruyendo lo consensos, las sospechas pesan más que los anhelos; las agendas que se quieren imponer, los movimientos que se quieren montar funcionan con una lógica que termina por demoler la unidad ciudadana. Los enojos, enconos y berrinches por las mínimas cosas adquieren una dimensión que nos incapacita para hacer un solo cuerpo antes las demandas prioritarias.




En los últimos años han tenido lugar, en México, movilizaciones gigantescas, demostraciones de inconformidad e indignación conmovedoras, desde la crisis del 94, cuando presenciamos escenas brutales como la de personas que se cosían los labios o se extraían sangre de la venas para externar su impotencia y su rabia, hasta las marchas sin parangón para defender el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Pero la sociedad está harta de engaños y de ver que sus sacrificios no cambian en esencia nada de esa realidad que nos agobia. Entonces, ¿en dónde queda esa energía ciudadana?




Pienso en la falta de continuidad de esos movimientos, en la falta de presión ciudadana. Ejemplos como el del movimiento zapatista, que logró algo muy importante, el diálogo. Eso mismo que el mpjd impulsó desde el principio y que sentó al presidente de la República a la mesa del diálogo en el Castillo de Chapultepec para discutir sus estrategias, y sentó al poder legislativo. Inmediatamente vino la avalancha de críticas y de reacciones invalidando los esfuerzos del movimiento porque dialogar era ya sinónimo de claudicación y de entreguismo. No, el diálogo era la puerta para la discusión y la revisión de las políticas de seguridad, para acabar con la guerra. Se banalizó el esfuerzo, fue más importante si le di un abrazo a Calderón, si besé a un político, si encendí un cigarro. Esos gesto de paz no representan ningún tipo de sometimiento ni de claudicación, lo único que significan es que no me mueve el rencor, el odio a los personajes de una política que mató a mi hijo. Se perdió la sustancia de la cosa y no ganamos la justicia. Pero se ganaron cosas, se abordaron temas y asuntos cara a cara con el presidente, se hicieron listas de los desaparecidos y los asesinados, elaboramos una agenda política fundamental. Ahora estamos de nuevo como en el principio porque la ciudadanía dejó de presionar, de manifestarse para que se retomen asuntos esenciales como la Reforma Política, que nosotros sustentamos en seis puntos. Si hubiesen seguido las presiones sociales, estoy convencido de que la Reforma Política pasa. No son procesos inmediatos, son de plazos más largos.




Cierto, la visibilidad de los problemas. El zapatismo nos hizo ver a los indígenas y sus comunidades, puso al descubierto la naturaleza racista y clasista de la sociedad mexicana, y ahora el mpjd nos hace ver la flaqueza ciudadana, el grado de descomposición del tejido social. Una madre de las muertas de Juárez decía en el Zócalo en una de tus manifestaciones: “Cuando nuestras hijas salgan a la calle en minifalda y nadie las agreda por ser mujeres, entonces habrá ocurrido un cambio en la justicia en México.” La realidad es visible. ¿Cómo cambiarla?




Yo aún no lo entiendo. Lo electoral ha dejado de lado a la agenda ciudadana. En Guadalajara, tuve una fuerte discusión en ese sentido con Paco Ignacio Taibo II por mi posición personal de anular el voto en las próximas elecciones. ¿Con qué derecho nos pide la clase política un cheque en blanco cuando nos negó la Reforma Política? El hecho mismo de que se reconozca una “clase política” dentro de la ciudadanía es anómalo. Los políticos no forman una clase; son representantes populares, servidores públicos. Lo que este país demanda con urgencia es una agenda nacional en la que se comprometan todas las fuerzas políticas. No me parece que México esté para vivir un proceso electoral como si el país no existiera, como si la figura de un presidente, la misma de siempre, sea garantía para salvar la nación. A mí me simpatiza el candidato de Paco Ignacio, Andrés Manuel; le tengo aprecio, me parece que tiene buenas intenciones, pero eso no es suficiente para cambiar el rumbo del país. Taibo me contraargumentaba que no es López Obrador, sino Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), y yo le contestaba —y así lo pienso— que Morena es sólo la base electoral del prd, no un movimiento propiamente dicho. A los partidos no les preocupan los compromisos, los cambios en México, la gente, sino el poder, los beneficios del poder, sus intereses.




Esa posición te acarrea antipatías y enemistades entre quienes ven en ese gesto un peligro para la esperanza a través de la democracia electoral. ¿Piensas que emitir un voto a favor de un candidato o partido es aceptar una exigencia de incondicionalidad política, de renuncia al ejercicio de la crítica?




Mi declaración tiene un peso político, moral por lo que represento en el movimiento, pero no es la posición del mpjd. Votar en blanco es un acto de conciencia ciudadana, de protesta ante el Estado al que decimos: “Así no, con estas reglas del juego no”. Es recordarles, hacerles ver a los candidatos que las víctimas son seres humanos, y todos somos responsables por la desgracia que vive México, por el terror, el miedo, por la cancelación de la libertad. Si la ciudadanía no dice “así no jugamos”, si no niega el cheque en blanco a esa clase política, no habrá cambio alguno, nos seguirá expoliando. Estoy consciente de que me quieren hacer ver como un traidor, como una especie de esquirol de la izquierda, pero mi exigencia como ciudadano es negar ese aval a una clase política que no se ha comprometido con la nación, que le ha fallado. ¿Cómo podemos gastarnos millones de pesos en campañas que no conducen a nada, que minan la frágil economía de la mayoría de los mexicanos que nada recibirán por ese sacrificio?


La descomposición de las instituciones es mayúscula, están tomadas por las mafias. No digo que no haya gente buena, pero sin ciudadanía no habrá cambio, no se impedirá que el crimen organizado siga apoderado de las instituciones. El “haiga sido como haiga sido” de Calderón continuará repitiéndose bajo distintas banderas partidarias. Hasta ahora, sólo conozco el silencio de López Obrador sobre las víctimas de la violencia; no le he escuchado una palabra sobre los crímenes cometidos. Sí, para mí eso es muy importante, porque mataron a mi hijo, porque el Estado es responsable de su muerte. También soy de los muy pocos a quienes se ha atendido con la detención de los culpables, aunque todavía quiero ver el acta de sentencia. Mientras no vea esa acta, no podré reconocer la justicia. En la mayoría de los casos no hay detenidos. Ante eso digo, “así no, señores, así no”.


El Estado está en crisis, se cae a pedazos, está podrido. Los partidos y sus candidatos sólo garantizan la perpetuación de un modelo económico y político, de una democracia disfuncional. No hay acuerdos para una agenda nacional que nos ponga a salvo.




Para ti, entonces, ¿qué representa el próximo proceso electoral?




Para mí, son las elecciones de la ignominia. Cualquiera que sea el resultado, será para administrar la pobreza, la desgracia, la corrupción, la violencia, el horror. Nadie podrá mover nada sin la anuencia de los carteles, de las mafias. Antes de elegir a cualquier candidato, debemos preguntarles por qué no están haciendo una agenda de unidad nacional, por qué no discuten una agenda de paz, de justicia, por qué se lanzan a una candidatura sin entender o reconocer la verdad de lo que es el país, por qué no discutir una agenda con Estados Unidos. No puedo aceptar unas elecciones si antes no hay un reconocimiento de la verdad y una exigencia moral por delante.




Si el tejido social está roto, la convivencia cotidiana es un desastre, el espacio público está privatizado y regido por la ley del más listo o del más fuerte, si los partidos son instrumentos de disputa de beneficios y cotos de poder, si los legisladores no miran ni escuchan a la sociedad, entonces ¿qué nos queda para resarcir el tejido social, para construir ciudadanía?




El punto central es que hay una crisis global del sistema económico imperante, la economía de mercado da muestras de agotamiento. El capitalismo, que el marxismo pretendía simplemente domesticar, hace agua. Los movimientos de indignados en el mundo balbucean la inconformidad contra una economía que destruye el tejido social. La izquierda mexicana no se rebela, no se indigna contra la injusticia; su pelea es por reproducir el mismo modelo social donde el factor dominante, en todas las esferas de la vida, es la economía de mercado. La izquierda sólo pretender moralizar al demonio, quiere moralizar al mercado. Pero, como dice Karl Polanyi, se desincrusta la economía y se vuelve el valor absoluto que penetra todas las esferas de la sociedad: la familia, la religión, las comunidades, y todo se vuelve dinero, todo es consumo. Esa dinámica destruye el tejido social. Si lo único que importa es el dinero, el consumo, entonces la delincuencia tiene el terreno apropiado para desarrollarse. Qué otra cosa hace el crimen organizado sino aprovechar esa disposición humana de la búsqueda a toda costa del dinero, y entonces roba, extorsiona, secuestra, soborna, prostituye, esclaviza. Ya está en la lógica de la economía explotar los bienes materiales para obtener la ganancia. La izquierda no critica ni alcanza a ver la causa del deterioro de ese tejido social: el modelo económico. Por otro lado, se instaura un sistema educativo basado en las competencias, en la meritocracia, todo son puntos, todo es ganar, pero ¿y el conocimiento, la conciencia ciudadana, la responsabilidad social?


Cuento una anécdota que ilustra lo que digo. Monterrey, paradigma de lo que debía ser el país en términos económicos, está ahora en desgracia porque no hay tejido social, es una sociedad basada en la competitividad que ahora vive aterrada, secuestrada por la inseguridad y la violencia. En contraposición con lo anterior, hace tiempo, fuimos con el mpjd a territorio zapatista, en Chiapas, rodeados de cuerpos de seguridad de la afi, del Ejército y de la policía local. Le dije a uno de los comandantes: “Oiga, aquí no van a poder entrar”. “Ustedes tranquilos y nosotros también —me respondió—; aquí estamos todos seguros.” Son comunidades pobres, pero con un tejido social profundo. La clase política no sabe ni le interesa saber cómo se hace el tejido social, no gobierna con la gente ni para la gente, no pregunta a los ciudadanos qué quieren y por qué.




Se anunció una transición política, pero, como dice Rolando Cordera, se quedó en el festejo, no avanzó. Mientras que en países como España, Chile, Brasil, surgen procesos intensos que no se basan en personas, sino en discusión, debate y acuerdos nacionales, en México, por el contrario, las personas sustituyen la esperanza. ¿Cuál es tu perspectiva de ese fenómeno?




Muchos ven la salvación en López Obrador o en Peña Nieto, e incluso algunas personas comenzaron a verme a mí en ese plano, como alguna vez enfocaron al subcomandante Marcos. Pero mi compromiso es otro; yo soy portavoz de un movimiento, de un colectivo, de un sentir común, y no al revés. Una parte de la sociedad mexicana busca a quien seguir, a quien confiar su destino. Si me la creo, voy a decepcionar a la gente, a quienes desean ver en mí lo que no soy. Prefiero decepcionarlos desde el principio, no soy eso, soy alguien que pertenece a un movimiento que exige paz con justicia y dignidad.


Una transición tendría que darse en una dinámica de consensos, disensos, rupturas, pero con intereses comunes, nacionales. Nada de eso ocurre en México, sólo mitologías que conducen a frustraciones y desengaños. O construimos juntos el futuro o no hay mañana.




La sociedad mexicana no cree en la justicia, está convencida de que la dignidad no comienza por la protesta, por el reclamo, por la rebelión. ¿Cómo hacer para que un movimiento como el que encabezas no le sea indiferente, para que asuma que la tragedia pende sobre la cabeza de todos si no reaccionamos?




Creo que es el mensaje de la esperanza. Que la gente tenga conciencia, entienda que lo que nos mueve a quienes hemos sido víctimas de la violencia no es el rencor, sino la esperanza, y de orden teológico, incluso; porque a mí no me van a devolver a mi hijo haciéndome justicia, como tampoco van a sanar el daño y resolver las pérdidas de miles de personas que han pasado por lo mismo. No nos mueve, pues, el deseo de venganza, sino la esperanza de justicia, la posibilidad de que haya esperanza para los otros, para quienes aún no son víctimas de esa ola destructiva.


Se trata, además, de la dignificación de esos miles de muertos, de esas víctimas inocentes, de personas que, como mi hijo, no debieron morir. La justicia será que ya no maten a otros, que no secuestren, desaparezcan, torturen, extorsionen a otros. Una justicia que exija a los políticos pensar en los demás, servir a esos otros, ciudadanos, hijos de la patria. Una esperanza que nos devuelva o genere conciencia de la dignidad ciudadana. Esa conciencia de una individualidad colectiva donde nada de lo que le suceda al otro nos sea ajeno. Yo no quiero que otros vivan mi tragedia, es horrible. La justicia es la esperanza.




La cultura de la corrupción en México es muy profunda. La sociedad la ejerce a todos los niveles, a diferencia de, por ejemplo, Colombia, con quien se nos ha comparado a menudo. En este país sudamericano, la policía, el ejército, las autoridades judiciales representaban todavía la justicia. En el caso mexicano, estas instituciones están carcomidas por la delincuencia y la corrupción; nadie confía en nadie. En ese sentido, ¿no crees más complicada nuestra situación que la colombiana?




Por supuesto, es un lodo. Lo he dicho muchas veces: no sabe nadie dónde termina el Estado y dónde comienza el crimen, porque están coludidos. Cuando planteamos una comisión de la verdad, hubo una reacción inmediata de rechazo, porque argumentaban que los malos estaban afuera. Pero, entonces, los muertos, los asesinatos que han cometido el Ejército y la Policía, ¿por qué no se investigan, por qué no se resuelven? Ésa es la lógica estúpida de Calderón, suponer o querernos hacer creer que es una lucha entre buenos y malos, que los buenos están dentro y los malos están fuera. Por eso le dije, lo interrogué, “¿cómo me explica que haya 98 por ciento de impunidad?, ¿cómo me explica que con ese 2 por ciento de eficiencia en la aplicación de la justicia se pueda detener a un asesino?” En México pueden cometerse crímenes con mayor certidumbre de que no lo alcanzará la justicia, que con el temor de ser condenado por esa causa.


La utilización del ejército tiene como propósito el resguardo de las instituciones, no de los ciudadanos. Ésa fue la razón por la que intentamos parar la ley de seguridad nacional. Lo ilustro con el siguiente ejemplo. Antes de que fuéramos a Ciudad Juárez, el presidente Calderón se adelantó y fue el Ejército detrás de él. Le dije muy molesto: “Usted ya nos descompuso Juárez, ¿cómo llega con el ejército así? Usted le está diciendo a la gente con ese acto, con ese gesto ‘El ejército está para cuidarme a mí, no a ustedes’”. Claro, porque en lugar de rodear la ciudad y decirle a la gente “salgan a las calles, los estamos cuidando”, el ejército lo rodea a él para cuidarlo de la gente. La ciudadanía les vale un cacahuate.




¿Piensas que los mexicanos no ven o no quieren verse en esos escenarios derruidos, en esa cultura de la decadencia?


Pienso que contra la cultura de la corrupción es necesario imponer la cultura de la verdad. No puede haber justicia si no se reconoce la verdad. Frente a la verdad, la justicia.




¿Cuál es tu opinión de un movimiento o grupo como Morena? ¿Qué te aproxima o te distancia de ellos?




Pienso, como lo dije antes, que es la base electoral de la candidatura de López Obrador. Sus integrantes sólo piensan en que se le debe una oportunidad al candidato de las izquierdas. Eso me distancia de ellos. No están entendiendo nada. La otra razón que me distancia es que en función de lo que entienden nos quieren meter en ese carril a como dé lugar. Nosotros somos un movimiento moral que incide en la política; no un movimiento político que pretende moralizar la política. Por allí no vemos el camino. Si abrazo o beso a un personaje, la reacción es de irritación, pero si López Obrador abraza, saluda o pontifica a un personaje de la mafia, se le justifica de inmediato. Él puede hablar de una República amorosa desde una campaña de donde brota odio y no pasa nada. Si la Iglesia habla de moral, de inmediato se asocia con el fascismo; pero si López Obrador habla de moral, a nadie se le ocurre ligarla con el estalinismo. Esa ceguera ideológica no va conmigo. Para mí se trata de lo humano; yo vengo de otra tradición, de una tradición gandhiana, evangélica, —del evangelio, no de la ideología católica—, de la no violencia, de una tradición poética. Vengo de otras narrativas, donde pensamos que el mundo espiritual debe regir la vida política de los hombres y no al revés. Lo que no está en función de lo humano, lo que se explica sólo ideológicamente, no me interesa.




¿Y en ese planteamiento en dónde cabe la ciudadanía?




Para mí es el momento de la ciudadanía, es decir de lo humano. No es tiempo ya de ideologías, de verdades abstractas. Los reclamos y los motivos de los Okupas, del zapatismo, de los indignados, tiene esa fuerza, ese sentido: reivindicar lo humano, la posibilidad y la capacidad de intervenir, acotar, dirigir, redireccionar la unilateralidad de la política. Hay una poética de lo humano que las ideologías no alcanzan a comprender. La ciudadanía es la conciencia de lo humano.

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