Pepe, el cangrejo y Chano, el caracol...



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BENJAMÍN GÓMEZ RUIZ

Benjamín Gómez Ruiz (México, D. F.)

Pepe, el cangrejo y Chano, el caracol...



Había un olor a frescura en las olas del mar que bañaban las

rocas en donde vivía Pepe, el cangrejo, por lo que parecía que sería

una mañana normal como cualquiera; los cangrejos buscarían

comida y se divertirían jugando entre ellos en el vaivén de las olas y

en la espuma que les llevaría a las tenazas pequeños trozos de

comida.


 
De repente un cangrejo que estaba al borde de una gran roca

gritó a sus amigos: ¡Aguas! ¡Ahí viene la ola! ¡Listos para agarrar restos

de alimento! ¡A desayunar! – En cuanto oyeron el grito, los demás

cangrejos se pusieron en posición para recibir el manjar de pequeños

restos de comida. Abrieron sus tenazas y sus mandíbulas estaban

preparadas para recibir lo que les trajera el mar. – En ese momento

se oyó un golpe fuerte de la ola que se transformó en una lluvia de

espuma que bañaba a toda la colonia y les llevaba su desayuno.

Todo mundo se alimentaba felizmente con la comida que recibían.

No había queja, ni interés de cambiarse a otra roca o a otro lado de

la playa para buscar más comida.




En un momento que Pepe no se dio cuenta, de repente golpeó

otra ola la roca donde vivía pero traía arrastrando, quién sabe desde

dónde, a un pequeño caracol lastimado, se llamaba Chano. Venía

con media concha fracturada, parecía que un par de gaviotas se

habían peleado entre ellas por ganar a Chano para que fuera su

desayuno. Sin embargo, cuando lo jaloneaban con sus picos, se les

zafó de sus picos y cayó en picada al mar, golpeando con su

concha, en la punta de una roca que salía a la superficie.

Era inevitable, Chano había sufrido una fractura de concha

expuesta lo que le conduciría irremediablemente a la muerte.

En esas circunstancias Pepe conoció a Chano, lo vio acercarse

con la ola y se dirigió a él junto con sus amigos. Todos estaban

asombrados por aquella escena que presenciaban.

Había dos cangrejos que tenían unas semanas más de edad

que Pepe, el cual solo tenía cuatro, pero ya sabía atrapar su propio

alimento y esconderse de las gaviotas que se deleitaban cuando

atrapaban un buen cangrejo para desayunar. Los cangrejos eran

Castor y Aterlomicu.




Al ver que venía la ola con el caracol, Castor y Aterlomicu se

lanzaron a agarrarlo y lo querían comer de inmediato. –Pepe

aterrorizado les gritó: ¡Alto! ¡Está vivo! ¡No lo coman! Es necesario que

lo llevemos al hospital. Los demás cangrejos se empezaron a reír y

burlándose de Pepe gritaban: - ¡Ja, ja, ja! ¡Trata de cargarlo para

llevarlo al médico! ¡Es caracol muerto, mejor vamos a repartirlo para

todos! -¡Lo que sobre te lo dejamos para tu cena, ja, ja, ja! –Pepe no

podía creer lo que sucedía… ¡Estaba indignado, se sentía impotente

y lo peor: ¡No podía hacer nada! Había visto las tenazas de Castor y

Aterlomicu alzarse amenazantes hacia él mismo.




No pudo cambiar nada, Chano había muerto por el golpe y

por la resequedad que le producía el sol, pero ante todo, había

muerto solo y humillado por los cangrejos que lo querían destrozar

vivo.




A la mañana siguiente Pepe fue a la roca de todos los días a buscar

un poco de alga marina para desayunar y al asomarse al fondo del

mar, le pareció ver la silueta de Chano que le veía con atención y le

mostraba una sonrisa como queriendo decir: ¡Gracias amigo! ¡Ya

estoy en paz! – De repente se oyó un ruido que indicaba que venía

una ola grande hacia la roca y Pepe se puso atento para recibir algo

de desayuno, alzó las tenazas y al caer la ola encontró un buen

pedazo de alga marina, fresca y recién salida del mar. Pepe

desayunó como nunca entre el placer del sabor del alga y la sonrisa

de Chano grabada en su mente.

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