Madre, ya he crecido ---Abigael Bohórquez


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Abigael Bohórquez

MADRE, YA HE CRECIDO



(poema inédito hasta ser incluido en Heredad. Antología provisional, 1980)




Madre,

cuando después del golpe más profundo

y luego de que tu entrega

fue una ronca palabra desolada

y fuiste henchida;

cuando subí hasta el centro de tu vida

y fui la inefable señal,

tu paso

se volvió cauteloso

porque iba en ti el misterio,

ay, tu voz se hizo lenta, encubierta,

como tus lágrimas,

y luego fuiste como la brisa entre las cosas

porque temías despertarme.

Cuando ya fui en tu alcándara la ropa,

cuando me di en tus ojos

y fui tu soltería violentada

aquel: ¿cómo será?,

cuando fuiste la celda y me embebía

lo mejor de tus húmedos temblores,

cuando en tu juventud escarnecida

fui la certeza, las ánforas colmadas:

tu andar aminoró blando, callado,

se volvió sigiloso como el pavor

y buscaste las cosas en silencio

porque temías despertarme.



Cuando fui disidencia

y gota a gota de tu entraña fuiste forjando mi esqueleto,

caminaste con miedo por los cuartos

porque temías despertarme.

Y por mí, que venía,

se ensanchó tu cintura diminuta,

y el seno humedecido por la espesa camelia de la leche

se enriqueció con el fervor nocturno de rezar.

Para mí que venía,

tu cuerpo maduró de amaneceres,

de esos amaneceres del insomnio

donde fue tu aguardar dolido culto.

Entonces

ya no pudiste ir por las alcobas

porque yo te cansaba desde adentro

y porque,

madre,

rodeada de tus faltas y tu exilio

eras hálito inerme de la tierra;

adivinaste

la hondura maternal de la mañana

y el sentido del viento,

y hasta del suelo que pisabas, torpe y henchida,

levantaste la hierba para el nido,

porque dentro de ti te duplicabas

tan pequeña, tan sola;

te movías extraña entre las cosas,

y llorabas, pero en silencio, cautelosamente,

porque temías despertarme.

Luego menguó tu cuerpo,

vació la copa su escanciada imagen

y en tu grito

mordido y necesario me tuviste,

pero calladamente, porque temías despertarme;

ya que miraste mi fealdad minúscula,

habituaste a tus brazos con mi peso,

meciste en el impulso de besarme

la formamuerte de mi cuerpo amargo,

y en el vaivén del ritmo señalado

me miraste hacia adentro, estremecida,

y presentiste mi semblante breve,

mi destino poeta,

la dura suerte de sufrir temprano.

Ay, cuando me mecías

cómo cantaba Dios en tu garganta.

Madre, ya he crecido,

en las manos

padezco los estigmas de aquel pueblo,

en la mirada llevo

la norma de humildad que me legaste

y en mis labios tu voz

que tomó rosas de las rosas;

madre, ya he crecido,

no me pidas buscar los huecos de la infancia

para llenarlos de recuerdos,

no me pidas me borren la sien de la locura

con un pañuelo tuyo,

ya he crecido.

Sé que no tengo noches venideras ni esperanza posible,

sé que el poema es vuelo subterráneo

a la espera de luz que lo rescate;

ya he crecido,

pero sé que la herida sigue abriéndose

porque no empaño, ya, madre, los espejos,

y nadie querrá ya decir mi nombre,

yo sé que busco las jóvenes cinturas,

los peces de mi signo penetrándose,

que a la azucena tengo encarcelada al doblar de la esquina,

que el sueño me da vueltas,

y que aguardo mi noche bajo el íntimo vidrio

de todas las estrellas;

yo sé que he de buscar el cielo roto

en que cansé tu vientre de raíces

para saber cómo éramos entonces;

tú que fuiste en mi ser estas dos cosas:

el ignorado padre de mi cuerpo

y la serena madre de mi muerte,

no me hagas recordar si ya presientes

mi semblante que esconde su agonía,

mi destino poeta,

mi dura suerte de morir temprano,

cuando se huyan las horas por las huellas del aire,

y se libere el fruto de su cáscara infame,

y el sol de todo un día se apague en las rendijas.

Ahora te peso más y más te canso,

ahora te duele más mi vida

aún temes despertarme;

ay, no termina tu dolor conmigo ni mi dolor contigo.

Han pasado veinte años.

Hoy que ya me conoces

y que sigo pesándote y doliéndote,

es la crudeza de vivir y el miedo de vivir

lo que muy hondo

como un río de bocas me taladra.

Porque yo quiero dormir el sueño blando

en que sumerge su mentón la noche

tras el diluvio cal de las estrellas,

porque yo quiero dormir en las orillas

donde el tumulto reza por un muerto,

para ya no dolerte más,

para que temas despertarme

cuando tu paso huya por los puentes,

y todos se den cuenta que me he muerto,

y no olvides mi nombre casi angustia:

Abigael... Abigael...

para que temas despertarme cuando sepas

que me he dormido para siempre



7


(Poesía en Limpio, 1990)



Mi madre amaba las golondrinas;

mis amigas, decía,

pero nunca sobre el alero de las siete casas donde logró vivir,

se aposentó jamás la golondrina;

y nos daban envidia las otras casas

donde las golondrinas hacían pollos,

nidos, trinos, vuelos, tempranera alegría,

y en esta mañanita en la que cantan las golondrinas,

y yo amanezco pensando en ella ida,

y el gallo heralda y las palomas zurean su costumbre,

me dispongo a escribir sobre mi madre muerta

y aquella golondrina que se quedó esperando

las semillas de alpiste y de bondad,

que madre no consiguió ofrecerle

el lunes aquel horrendo

que no volvió del hospital.


2 comentarios:

Ramón I. Martínez dijo...

El poema "Madre, ya he crecido" apareció originalmente en Poesía i teatro.

Arte, literatura y algo más dijo...

Gracias por el aporte, Ramón.

Saludos